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Narra Aitana.

Si hace tres meses me hubieran dicho que iba estar abrazada a una completa desconocida, por aquel entonces, con ojos acuosos sin querer soltarme ni subir a ese avión no lo hubiera creído en absoluto. Pero la vida a veces te da gratas sorpresas y Sonia, sin duda alguna, había sido una de las mejores.

—Prométeme que volverás.

—Después de verano tendrás que hacerme hueco de nuevo en ese maravilloso sofá tuyo.

—Gus no estará nada contento oyendo eso —ríe ella entre lágrimas.

—Aunque te cueste admitirlo a Gus le encanta dormir en mis pies e ir conmigo a pasear cuando aún es indecentemente pronto según tu criterio.

—Gus, las calles de Londres y yo estaremos encantados de volver a recibirte siempre que quieras —admite limpiándome las lágrimas con el dorso de su pulgar—. Te voy a echar de menos, renacuajo.

—Jolín ¡Y yo a ti! No sé qué habría sido de mí aquí si no te hubiera encontrado.

La vida a veces es muy caprichosa. El día que Luis vino a rescatarme de aquel pozo en el que me sumí por el receso de lo nuestro me fue inevitable quedarme pensando en la insinuación que había hecho. Sabía que debía cambiar de aires para levantar la cabeza de nuevo, por mucho miedo que me diera.

Rubén acabó de darme el ánimo que necesitaba asegurándome que viajar sanaba y, nadie dudaba, era lo que más falta me hacía.

Esa noche acepté la tercera oportunidad que me dieron, contesté el correo y a la mañana siguiente ya tenía un mensaje con los documentos que debía rellenar para que la plaza fuera mía definitivamente. Tardé dos días en llamar a mis padres para hablar de ello, sabía que por y para todo tendría el apoyo de ambos pero era una larga conversación que debíamos tener.

Mi padre lloró un poco, habían muchos kilómetros hasta Londres y el vértigo nadie podía negarlo. Mi madre, en cambio, se esforzó por ocultarlo en ciento de preguntas o dudas que ocuparon la gran parte de la llamada. Todo quedó cerrado con la promesa de ir a pasar unos días a Barcelona la semana previa a marcharme.

No sabía en que momento se lo diría a él pero al día siguiente, por la noche, cuando me llamó cumpliendo la promesa que había hecho aquella tarde me armé de valor para hacerlo.

—Te tengo que contar una cosa... —dije algo nerviosa.

—Dime.

—Me voy a Londres, me he matriculado ya en el curso.

Los breves segundos en los que tardó en contestar se me hicieron eternos, sabía que él quería que me fuera y decía la ilusión que le hacía pero no tenía ni idea de cómo sería la realidad cuando supiera que que iba a pasar de verdad.

— ¿En serio? Dios, Aitana, como me alegro —Deje de ser Aiti cuando se fue de Barcelona aquel dos de febrero en plena madrugada, es algo que me sigue doliendo un poco pero al menos parecía sincero con sus palabras— ¿Cuándo te marchas?

—El vuelo es el dos de febrero.

— ¿Y tienes ganas? —En ese momento no era lo que más me apeteciese, había algo que claramente estaba por encima de lo demás pero debía empezar a pensar de otra forma.

—Me hace ilusión —admití mordiéndome las uñas, sin contar lo de aquella tarde era la conversación más larga que estábamos teniendo en un tiempo y los pinchazos de mi estómago lo sabían— He estado murando pisos, hay algunos cerca de la universidad y parecen estar bien... Supongo que tendré que tomar una decisión antes de irme a Barcelona. Ah, ¿y sabes qué? Tengo dos horas de cerámica y días enteros solo para fotografía urbana ¡En Londres! ¿Tú sabes lo que puede salir de ahí? Eso me apetece muchísimo, tengo esperanzas de conocer la ciudad gracias a esas clases y que me descubran sitios que no sean tan conocidos ¿Crees que nos llevaran a zonas turísticas solo?

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