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La nicotina calma solo momentáneamente la desagradable desazón que le daba estar encerrado en esas paredes de lona blanca entre tanta gente. Sus ojos buscan respuestas en los de los chicos que con él toman el aire que la brisa marina les proporciona.

—No sé, yo la veo bien contigo.

—Como siempre, Luis —corrobora Pablo encogiéndose de hombros— A ti lo que te pasa es que te estas acostumbrando a que esté encima de ti todo el rato pero, yo que sé, ni siquiera estáis juntos y es normal que haya más espacio del que suele haber.

—Claro, igual el problema es que tú quieres más pero eso sin arriesgar...

—No me estáis entendiendo —suspira—, ni siquiera me habla.

— ¿Pero qué dices? Si en la cena habéis estado charlando.

—Da igual... —da el último trago a su bebida y tira la colilla dentro del vaso antes de depositarlo en el basurero de la entrada.

No se despide de ellos más que con un ligero asentimiento de cabeza y vuelve a entrar a la carpa en la que se celebra una de esas fiestas en la playa a la que sus amigos han insistido que tenían que asistir. Sabe que para Pablo y Roi no hay nada raro en ellos pues así se ha esforzado Aitana en demostrar pero, a la hora de quedarse solos, todo ha sido mucho más frio de lo que Luis desearía.

Se han pasado el día con el grupo. Él intentando hablar con ella, ella esquivando sus miradas y evadiendo cualquier clase de conversación que no implicase al resto de personas que les acompañaban. Tal ha sido todo que incluso le ha sorprendido que la catalana haya accedido a salir de fiesta con ellos pero, tras horas bailando sin una sola mirada ni contacto, ha confirmado que eso no cambia nada entre ellos.

— ¿Otra copa? —preguntan a su espalda cuando le ve apoyado en la barra.

—Ni que me hubiera bebido la nevera entera.

—Estas de un borde... —chasquea la lengua ella— Dos ron con cola, por favor —pide al camarero con una sonrisa— ¿Qué te pica?

—Nada.

—Vale, y ahora la verdad —pone una mano sobre su hombro y aprieta— ¿Ha pasado algo?

—Creo que Aitana está enfadada conmigo pero no sé por qué...

Miriam paga las bebidas y da un trago a su vaso antes de hablar. No quiere decir demasiado y delatar los sentimientos que ella aún cree ocultos pero durante el día también ha notado cierta falta de brillo en los ojos de la catalana y sin saber el motivo asume que se debe a la impotencia que le produce no llegar a más.

—No creo que la palabra sea enfado, Luis —asegura esbozando una sonrisa torcida— Solo está un poquito decaída, no veo que haya de que preocuparse.

—Bueno, no puedo evitar hacerlo si de un momento a otro pasa de dormir conmigo a ni mirarme a la cara.

—Ya... —Esas palabras le confirman que, si algo ha notado él, no es más que fruto de un alejamiento necesario para el corazón de la chica— ¿Por qué no hablas con ella? Pero bien, pregúntale que le pasa y dile que confíe en ti.

— ¿Más veces? ¡Joder! Se lo digo casi a diario, es que ya voy estando algo cansado...

—Es que más no puedo decirte, Luis —suspira y él se lo devuelve de la misma forma. Ha entendido que Miriam quiere que pase algo que hace semanas traspasaron, no comprende que el problema va más allá.

— ¿Dónde está?

—Pues hace rato que no la veo, Amaia y ella han desaparecido de la nada ¿por qué no la llamas?

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