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—Me parece fatal que, por unas cosas u otras, no nos hayamos despertado juntos ni una sola vez este fin de semana —afirma apoyado en el marco de la puerta que da a la terraza, ella se sobresalta y no es hasta que cierra la tapa de su libreta que se gira para mirarle con una sonrisa en el rostro.

—No tenía sueño, ven —pide extendiendo el brazo para que él le tome la mano al acercarse. Luis se acurruca en el hueco que Aitana le deja entre las piernas y se recuesta sobre ella procurando no aplastarla demasiado— ¿Has dormido bien?

—De maravilla —murmura jugando con sus dedos— ¿Tú?

—Bien.

—Me alegro —echa la cabeza hacia atrás para que el cuello de ella quede a su total disposición, Aitana se remueve en el sitio por las cosquillas que le hace la barba de Luis sobre la piel pero no se aparta—. Habrá que ir recogiendo...

—Tocará ¿dejamos el hotel a las doce?

—Eso decía la reserva, sí.

—Pues déjame levantarme, tengo muchas cosas que doblar —afirma Aitana dándole palmaditas en el pecho. Y, a pesar de que Luis se resiste a que se marche de allí, la catalana consigue saltar el cuerpo de su novio pudiendo escapar. Él no dice nada porque se ha dado cuenta que Aitana se ha dejado la libreta que tanta rapidez se ha dado por cerrar y le apetece curiosear en lo que está trabajando pero antes de que le dé tiempo ella sale de nuevo a la terraza y se la arrebata de las manos—. Cotilla.

—Estás tú para hablar.

—Cállate —masculla entrando de nuevo a la habitación aliviada, no se ha pasado horas de inspiración volcadas en esas hojas para que todo se fuera al traste en cuestión de segundos.

El viaje de vuelta, amenizado por el constante sonido de la cadena musical preferida de ambos, se torna más silencioso de lo esperado. Luis intenta entablar alguna conversación pero se da por vencido cuando, a menos de un cuarto de hora de llegar, Aitana se queda dormida abrazada a esa libreta que tenía guardada en la maleta desde que salió de Barcelona. El gallego no tiene ni idea de que puede haber en su interior pero se asegura que no es quien para averiguarlo si ella no le da el consentimiento.

—Aiti, te va a doler el cuello si sigues durmiendo así... —Le susurra acariciándole la tripa para despertarla— Coge la sudadera de detrás para estar más cómoda, cariño.

—Vale —murmura ella aun adormecida— ¿No te importa, verdad? Estoy agotada.

—Claro que no, descansa.

Y es que la noche anterior cuando, varias horas después y con el sol ya fuera, volvieron al hotel se tumbaron en la cama pero para ella resultaba casi imposible dormir después de lo que acababa de pasar. Por ello, cuando Luis cayó en brazos de Morfeo, se concedió un tiempo para contemplarle y salió a la terraza para asimilar la situación. Necesitaba ordenar todo lo que pasaba fugazmente por su mente y, quizás, dar forma a algo que llevaba pensando desde hacía varios días.

Más de media hora después, cuando ya no puede seguir dando más vueltas por Santa Cruz sin quedase en reserva de gasolina, se ve obligado a despertarla mientras busca aparcamiento.

— ¿Me la puedo quedar? —pregunta Aitana aun abrazada a la vieja sudadera.

— ¿Desde cuándo me pides permiso para eso?

—También es verdad... —Alza la vista y se dan cuenta casi a la vez del familiar coche negro que hay frente a ellos, con el maletero abierto, aparcado cerca del edificio— ¿Es el de Álvaro, verdad?

—Pues juraría que sí.

— ¿Ha venido? —pregunta Aitana boquiabierta, poniendo la espalda recta por fin. La respuesta surge del portal que une las casas de sus amigos a la suya, la cabellera rubia de Raoul con las llaves en la mano indica que este año tampoco contaran con la presencia del mayor de los Vázquez.

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