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— ¿Seguro que no te molesto? —pregunta preocupada.

—Segurísimo, me quedan aún un par de horas de trabajo pero ahora tengo un poquito libre para ti —Aitana sonríe aun con el labio mordido, ya se va notando la semana que carga a la espalda y se muere por volver a abrazarle— ¿Entonces, vas a salir?

—Sí, un ratito —Amaia pasa por su lado con el pelo recogido en la toalla, saluda animada a su amigo y le cierra la puerta del baño en la cara a Aitana para hacerla rabiar—, pero volveré pronto que si no mañana no habrá quien me despierte cuando suene la alarma para ir a recogerte.

—No hace falta, puedo cogerme un taxi...

—Qué no, me hace ilusión ir a por ti.

—Vale —Medio concede alargando la última letra—. Oye, no quiero que llegues tarde a cenar.

—Yo tengo tiempo de sobra, cariño—ríe Aitana dulcemente— ¿Tienes que volver ya, verdad?

—Me has pillado, lo siento...

—No te preocupes, si ya mañana mismo nos vemos —asegura quitándole importancia—. Tengo muchas ganas ¿sabes?

—Ni te imaginas cuantas tengo yo... Aiti, te tengo que colgar.

—Hasta mañana —susurra ella diciendo las últimas palabras. Con la sonrisa tatuada en el rostro entra en el baño donde Amaia ya ha empezado a maquillarse.

Las dos chicas se arreglan al son de la música sin hablar demasiado hasta que, la más joven de ellas, se sienta en la taza del váter con la tapa cerrada mirando tras el espejo a su amiga. Aitana se gira para observarla directamente a los ojos y viendo el pánico cara a cara decide dejar a un lado el rímel para ponerse de cuclillas agarrándole con fuerza las manos.

—Amaia, no tienes que ir si no quieres —le recuerda.

—Sabes que quiero hacerlo —traga saliva—, estoy cagada pero quiero hacerlo.

—Jolín, es que no sé qué decirte...

—Me sirve con que me des un abrazo de los tuyos —susurra cabizbaja, Aitana se derrite de ternura mientras la envuelve entre sus brazos dejando besitos en el cuello de su amiga para hacerla reír.

—Irá bien —le susurra para animarla poniéndole un mechón de pelo tras la oreja— pase lo que pase todo irá bien.

Luis se acomoda en el asiento que le corresponde y, por fin, respira tranquilo. Ha temido, entre el taxista dispuesto a dar más vueltas de las necesarias y la inoportuna llamada de su novia, perder el tren. Se habría quedado horas hablando con ella pero de no haber colgado los altavoces anunciando fines de trayectos o últimas salidas hubieran conseguido delatar su sorpresa así que, a pesar de quedarse un rato en la puerta de la estación, ha tenido que darle largas para poder llegar a tiempo.

Y mientras el último tren del día con destino Barcelona se ponía en marcha, ya en tierras catalanas, Amaia bajaba del taxi que la había llevado hasta el Prat de Llobregat. Tan nerviosa como ilusionada, casi a partes iguales, saludaba afectivamente al chico que le esperaba justo frente a su edificio.

Chico con el que, hasta el momento, ha mantenido una velada bastante agradable a pesar de la cierta cautela con la que ambos estaban actuando.

—Está muy bueno, has mejorado cocinando —admite Amaia apoyando todo el peso de su cabeza sobre el puño del brazo que tiene clavado en la mesa, la mejilla descansa sobre sus dedos mientras le dedica la mejor de las sonrisas— ¿Te apetece que vayamos a tomar algo después?

—En realidad me gustaría hablar contigo cuando acabemos de cenar.

La frase podría haber quedado en un sin más, incluso si de otra forma dicha habría renacido en ella algún rayito de esperanza, pero con los ojos clavados en el plato y la boca medio fruncida Alfred expresa más de lo que quisiera antes de tiempo. La pamplonica pierde todo el apetito al instante, hace avanzar sobre el mantel la cerámica y se acomoda en el sitio.

ArenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora