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—Aiti... —sonríe con el gruñido que ella emite, aparta uno de los mechones que camuflan su rostro y traslada los labios por encima de su piel dibujando trazos invisibles. La catalana se despierta un sorprendente buen humor que solo le dura un par de segundos.

—No.

Cubre su cabeza con la sabana acurrucándose más próxima a él, Luis ríe por la pataleta y las carcajadas incrementan cuando en forma de queja Aitana le pide que duerman un poquito más. El gallego no tiene intención de levantarse de la cama pero, como la conoce, sabe que lo mejor es despertarla del todo porque de lo contrario después se arrepentirá de no haber aprovechado hasta el último momento.

Ataca de nuevo con la sesión de mimos de tal forma que para Aitana se vuelve inevitable sumarse, entre cosquillas traicioneras y te quieros susurrados bailan al son de las sábanas desordenadas en la cama del chico.

—Deja de morderme que luego te quejas de mí.

—Pues vale —murmura Aitana apartándose con la mirada clavada en el techo, controlando de reojo cada una de las sonrisas que Luis le dedica.

—No es nada enfadica ella, ni un poquito siquiera —Se burla él tumbándose encima con cuidado de no hacerle daño—. Nada de nada.

—No lo soy.

—Pues eso es lo que he dicho.

—Claro.

Los dedos de Luis juguetean con su rostro provocándole sonrisa involuntaria que se esfuerza por contener. Insiste una y otra vez con apretarle la nariz con el índice hasta que consigue sacarle una mueca de fastidio a Aitana, mueca que borra con un largo beso compensatorio. Se recuesta de lado junto a ella, haciendo que tenga que imitar para poder mirarse a la cara y a ambos se les escapa una risa tonta cuando sus ojos se encuentran.

—Creo que esto es lo que más voy a echar de menos —admite Luis en voz baja mientras acaricia su mejilla con el dorso de la mano.

—No, Luis, por favor —suplica con la voz rota escondiendo la cara sobre la almohada.

Ya suficiente complicado va a ser hacer frente al último día de verano como para tener que decidir, entre cada uno de los momentos de estos meses, cuál será el que más añore.

Despertar con esas odiosas cosquillas o a besos como ha pasado esta mañana, según a él le dé dependiendo del día, convencerle para pasar horas abrazados antes de levantarse. Su mirada burlona al flequillo despeinado y el beso en la tripa antes de ponerse en pie como señal de que ya están remoloneando demasiado.

Echará de menos ir a cualquier lugar que se les antoje en el coche de él, solo acompañados de la música de la radio y las que sus voces emiten a dúo o de forma individual. Las canciones antiguas formando una nueva historia, cobrando un sentido distinto.

Y el día, la noche, la arena cubriendo sus pieles al revolcarse en ella o bañarse en la playa bajo sus estrellas, esas que ya se han apropiado y sueñan con viajar cada vez que hasta sus almas se funden en una cuando explotan de pasión.

Hay demasiadas cosas que va a echar de menos hacer con él a diario, pero la más importante de todas se puede simplificar en un verbo: Estar. Porque hay muchos con los que estar pero pocos con los que ser y cuando Aitana está con él es cuando más ella misma se siente.

—Pero no me llores, por favor —suplica Luis al apartarle el pelo de la cara para poder mirarla—. No te lo he dicho para que te pongas así.

—Yo tampoco quería ponerme así —admite con carraspeo entre medias de su garganta tornándole la voz rugosa. Se nota que intenta reprimir los sollozos en una sonrisa que termina siendo no más que una línea inexpresiva en su rostro.

ArenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora