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—Trabajamos con y para personas, quiero que lo recuerdes —afirma rotundamente apoyándose en sus antebrazos a la mesa—. Estoy contenta con tus resultados en Alemania pero el nivel no puede disminuir estado aquí y es algo que está pasando.

—Lo sé, Irene, estoy pasando una mala época pero te prometo que cambiará. Me conoces, dame un voto de confianza.

—Lo tienes desde antes de entrar, no te equivoques, solo te quería poner en sobre aviso.

—Gracias —murmura sinceramente poniéndose de pie.

—Ceps... —Llama ella antes de que al gallego le dé tiempo a salir— ¿Sabes que puedes contar conmigo, verdad? Fuera de aquí, quiero decir.

—Lo sé —asiente agradeciendo aquella decisión varios años atrás de paralizar lo que parecía una caótica relación para apostar con una amistad más duradera—, se me pasará, tranquila.

Lo cierto es que no tiene tan por seguro que eso vaya a ocurrir, solo han pasado dos semanas pero han sido catorce días horriblemente malos que le han hecho incapaz de funcionar regularmente en ningún otro aspecto en su vida.

Catorce días desde que, habiendo llegado solo con unas cuatro horas de diferencia a casa para quedarse tirado en la cama, pudo escuchar como unas llaves se metían el paño de la puerta principal de manera temblorosa y unos sollozos avanzaban por el pasillo hasta llegar a su habitación. No reacciono, al cabreo que ya tenía se le incrementó el temor de que hubiera conducido tantas horas en ese estado para ir tras él.

Aitana se atrevió a colarse entre sus sabanas suplicando a quien ya ni sabía que Luis no la intentase volver a alejar. Durante el viaje tuvo varios sustos debido a la precaria estabilidad emocional que pesaba sobre los hombros y, sumado a todo lo demás, lo único que necesitaba en la vida es poder volver a envolverse entre sus brazos.

—Cálmate —susurró Luis secándole las lágrimas con el pulgar, el único contacto que se permitía establecer por el momento. Le asustó lo demacrado que estaba su rostro, lo rota que parecía, e incluso llego a olvidar por unas milésimas de segundo que el motivo era algo entre ellos queriendo protegerla de todo dolor.

—Necesito que me escuches, por favor.

—Aitana...

—No me lo merezco, lo sé, pero quiero explicártelo para que al menos lo entiendas —Luis dudó, no quería ceder tan fácilmente pero era incapaz de negarle nada en ese estado. No dejaba de sollozar y en sus ojos solo se leía el terror de perderle sin vuelta atrás.

—Primero respira —pidió apartándole el flequillo de la cara, se tenía que tranquilizar antes de decir nada. A Aitana se le escapó una sonrisa triste mientras intentaba seguir su petición, nunca podría dejar de preocuparse por ella y saberlo le encogía el corazón—, venga, te escucho.

De lo primero que habló fue del beso porque en el fondo sabe y ambos sabían que era lo de menos, le explicó que no era algo que ella quisiera pero no le había dado tiempo a reaccionar antes de que Luis lo viera. Y le explicó todo lo demás.

—Tengo que ser sincero contigo —reconoció al terminar de escuchar esa parte de la historia—. Sí que recibí imágenes y mensajes extraños, bastantes más estando en Alemania.

— ¿Por qué no me dijiste nada?

—Porque de ser verdad no quería que creyeras que era un reproche, no tenías que contarme con quien quedases o dejases de hacerlo —explicó sintiendo en nudo en la garganta— Y de no serlo estaba demasiado lejos para preocuparte con eso, debí hacerlo.

—Yo tampoco quería preocuparte, fue por eso.

—Pero me mentiste, Aitana —reprochó aun dolido— y en varias cosas. No confías en mí.

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