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—Amaia como lo perdamos te juro que te mato...

—Que ya voy, pesada —murmura con la cabeza metida casi por completo dentro del gran bolso que debería llevar colgado al hombro.

—Yo solo te digo que los billetes son muy caros y yo no estoy para estar tirando el dine... —Aitana enmudece al ver que ha seguido avanzando sola— ¡Amaia que te des prisa!

—Dios, cuando te pones así eres inaguantable.

— ¿Se puede saber que buscas?

—El móvil, no sé dónde lo he puesto... —La catalana pone los ojos en blanco y se permite dar un estirón del brazo de su amiga para que siga caminando.

—Te lo guardé anoche en la maleta, eres un puto desastre.

Amaia no se ve capaz de recriminarle nada a la chica del flequillo, ahora despeinado por el ajetreo del momento, pues de no haber sido por ella seguramente su teléfono se habría quedado tirado a saber dónde y le hubiera tocado irse a Madrid sin él. Cosa que, por otro lado, tampoco hubiera sido un problema de no ser porque su madre la llama mínimo dos veces al día y si no contesta la bronca posterior es épica y eterna.

Cuando por fin alcanzan los asientos que les corresponde según reza el billete, mientras Aitana deshace el enredo en el que se han convertido sus cascos, la de pamplona la observa a continuar con algo que se ha quedado a medias entre ellas.

—No creas que se me ha olvidado.

—Debería, no tendrías que haber puesto la oreja —afirma sin mirarla.

—No vengas con esas, sabes de sobra que lo he escuchado sin querer —Aitana niega aun tratando de ignorarla pero Amaia no desiste— Además, eso no es lo que importa, por suerte lo he escuchado y puedo decirte que deberías pensarlo mejor.

— ¿Es posible que me dejes tomar mis propias decisiones, Amaia?

—Soy tu amiga y como tal si cometes una gilipollez tengo deber y derecho a decírtelo.

—Y ya me lo has dicho, varias veces además, ¿vale ya, no? —Esta vez sí que levanta la cabeza para mirarla directamente a los ojos, necesita que tenga claro que habla muy en serio— Y me has hecho una promesa.

—Eso no tiene nada que ver ahora.

—Sí Amaia, sí tiene que ver —advierte de forma contundente— Como lo digas...

— ¿No es suficiente con haberme callado durante años sabiendo que ambos estabais pillados para que confíes en mí? —pregunta algo ofendida por la mínima duda al respecto— Pero, insisto, no estoy hablando de Luis ¡Piénsalo bien, Aitana!

—Está más que pensado, yo sé lo que hago.

—En fin...

Aitana da por concluida la conversación poniéndose los auriculares cuando el tren se pone en marcha, Amaia se sumerge en los párrafos del último libro que se está leyendo y adentrarse a las aventuras de la joven parisina que lucha contra sí misma y todas las adversidades que se le presentan viajando alrededor del mundo hace que la primera hora de trayecto transcurra casi sin que se dé cuenta. En un respiro de la lectura Amaia observa a su amiga que, sin sonrisa a la vista, mira por la ventana pensativa.

—Aiti, no quiero que estés así —dice acariciándole el brazo para llamar su atención, esta se quita uno de los auriculares y alza solo por un segundo la comisura de sus labios— Lo siento.

—No es por lo de antes.

— ¿Sigues rayada con el enfado ese extraño que os traéis entre manos? —Aitana se encoge de hombros— ¿Habéis hablado más, no?

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