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— ¿Sabes? Sé que te he la puse yo en la maleta pero he cambiado de opinión —asegura acorralándola contra la pared con sonrisa pícara— Quiero que me la devuelvas.

—Lo que se da no se quita —se recochinea con voz dulce poniéndose de puntillas para mordisquearle la comisura de los labios.

—Préstamela aunque sea —suplica en un susurro a su oído antes de besarle el cuello, Aitana se aparta para que el gallego siga mirándola a los ojos y conteniéndose la risa vuelve a negar. Luis atrapa su propio labio con los dientes ansiando volver a besarla, devorarla contra la puerta del baño a sabiendas de que los padres de la chica hace rato que se han ido a trabajar.

Le tiene tantas ganas, ganas de como si hiciera un mes en vez de un par de días. Tantas como las que ansía Aitana, y a pesar de eso se deshace de sus brazos y camina hasta la otra esquina del baño.

—Lo siento, voy a ducharme —se excusa quitándose el pijama frente a él sin ningún tipo de reparo y entrando a la bañera ocultado su cuerpo tras la cortina marrón. Luis se sienta en la taza del váter soltando un suspiro, no sabe ni cómo puede seguir en pie tras el momento. El agua es lo único que rompe el extraño silencio que entre ambos se forma, Aitana ya no se puede contener y estalla en carcajadas sacando la cabeza para mirarle— ¿Te apetece entrar?

Es lo único que necesita para, aun con la ropa puesta y poco importándole eso, meterse bajo el agua con ella. Se disfrutan al completo, con las ganas contenidas de una semana o como si llevaran esperándose toda la vida. Aitana suspira pesadamente en sus labios aun con las piernas enroscadas en su cintura, Luis sonríe al besarla contra la pared clavando las yemas de sus dedos con más fuerza en sus muslos. Y se saben, se besan, con la misma intensidad que las últimas cien veces.

Aitana estira de sus rizos para separarle un poco, necesita mírale a los ojos. Hay algo que no ha cambiado desde la primera vez que lo hicieron, el amor y deseo con el que ella se ve brindada entre sus manos. Se siente la mujer más poderosa del mundo siendo ella misma, con la llave de la libertad cogida de una mano, la puerta de la jaula bien abierta pero sintiéndose lo suficiente cómoda acurrucada en sus brazos en el interior de esta.

—Te he echado tanto de menos —admite abrazándola con fuerza.

—No sé cómo tomarme que la primera vez que me lo hayas dicho sea después de esto...

Luis enmudece mirándole a los ojos, hace que baje de sus brazos y le alza la barbilla bajo el chorro de agua que sigue golpeándoles la piel.

—Te lo he dicho cada día —sentencia con semblante serio—, ni se te ocurra pensar que solo te quiero por esto ¿me oyes? Jamás.

—Luis, amor, que era una broma —reconoce ella jugando con el pelo que le cae la frente a su novio—. Lo sé perfectamente.

—Bueno, por si acaso —ríe en sus labios antes de besarla— Ahora sí, vamos a ducharnos que falta nos hace.

Las risas de ambos llegan incluso a opacar el sonido del agua. Entre jabón y espuma acaban, Luis antes que ella, y ya con ropa cómoda puesta se tiran sobre la cama para continuar hablando hasta que el portátil de Aitana informa que está recibiendo una llamada de Skype.

—Voy al comedor —dice él poniéndose de pie.

— ¿Qué? ¿Por qué?

—Para que hables con tranquilidad.

—Pero si es Amaia, bobo, quédate —reclama haciendo un puchero con el labio inferior. Luis se encoge de hombros y accede volviendo a sentarse, mientras Aitana responde él ojea un álbum de fotos que su novia tenía sobre el escritorio— ¡Amai!

ArenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora