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La ha cagado y lo sabe de sobra. No debería haber salido de casa por mucho que Luis haya insistido, por mucho que le haya negado querer mediar palabra hasta que volviera de su cena, lo que ha pasado después no ha hecho más que empeorarlo todo estrepitosamente. Eso es lo que anuncia el silencio que se palpa en el coche.

—Déjame que te lo explique —suplica con la voz rota—, lo comprenderás, te lo prometo.

—No me apetece.

—Pero quiero solucionarlo, por favor —Luis se muestra impasible ante sus palabras, ha llegado al límite— ¿Porque podemos, verdad?

—Aitana, ahora mismo no sé nada —afirma aparcando de cualquier manera y saliendo del coche acompañado por un portazo dejándola sin saber cómo reaccionar.

Correr tras él no es una opción, la última mirada que le ha dedicado se lo ha dejado más que claro, y el temblor de sus piernas por culpa del efecto del alcohol no ayudaría tampoco a que el movimiento fuera demasiado rítmico.

No puede creerse que enero haya empezado tan catastróficamente mal, cuando menos lo esperaba, cuando todo iba de maravilla.

El día anterior celebraron el primer fin de año como pareja, junto a sus padres y demás amigos resguardados bajo el techo de la residencia de Cosme y Belén. Cuando las doce campanadas hubieron tocado y todos gritaban celebrando la entrada de un nuevo año ellos se miraron con sonrisas tímidamente cómplices. Llevaban toda la vida compartiendo ese día juntos, ansiando que en algún momento la felicitación entre ellos fuera algo más que un escueto abrazo entre todos los demás.

—Feliz año —murmuraron al unísono. Luis amplificó varios centímetros su sonrisa, le acarició la barbilla y se anticipó a juntar sus labios.

— ¡Por fin! —gritó alguien que no pudieron identificar haciendo estallar en carcajadas a los demás.

Enfundados en trajes y vestidos se marcharon a disfrutar de la noche catalana junto al resto de sus amigos, los padres de estos afirmaron preferir quedarse en casa para celebrar el nuevo año de una forma más sosegada.

Fueron horas y horas bailando sin cesar entre otros cientos de personas que habían tenido la misma mala idea de acceder a ese local como, casi, obligatoria asistencia. A Aitana los pies le quemaban ya tras incontables canciones y se disculpó para refugiarse en un baño donde poder refrescarse o, al menos, recuperar un poco la respiración.

Luis tenía otros planes.

Los tacones descansan sobre el lavamanos mientras ella hacia malabares para permanecer dentro del perímetro que las servilletas puestas por el suelo le marcaban mientras mojaba su nuca para recuperar un poco la cordura arrebatada por el alcohol. Al otro lado de la pica estaba su móvil desbloqueado mientras cientos de mensajes en el grupo de la universidad se iban sumando.

— ¿Creía que ibas a poder huir de mí? —preguntaron a su espalda abrazándola por detrás.

—Si supieras el susto que me has dado...

—Lo siento —susurró abarcando su cuello con los labios—, es que tenía muchas ganas de estar a solas contigo.

— ¿Aquí? —preguntó ella incrédula con las cejas alzadas, le miraba a través del espejo.

— ¿Por qué no? Siempre nos han ido los baños.

—Eres de lo que no hay...

Con su ayuda se sentó sobre el mármol que, en principio, estaría pensado para dejar hueco entre un lavamanos y otro pero a ellos les vino genial para que Aitana se pudiera acomodar mientras el sendero de besos por su cuello continuaba bajando sin cesar.

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