𝙽𝚒𝚐𝚑𝚝 𝟸𝟻.

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Hace un buen rato que había despertado, solo miraba una gran pared blanca que parecía contornearme. Era luz y me encandiló, no evite soltar un quejido por sentir cómo dañaba mis ojos.

ㅡSí, está listo hoy. Pueden llevarlo.

ㅡBien, lo transladaremos a pediatría pero acuérdense de arreglar todos los papeles, aún no podemos mandarlo al orfanato en estas condiciones. Mantenga a los doctores de nutrición al pendiente con el cuidado del niño, tiene la defensa muy baja, su cuerpo es débil y carece de proteínas.

ㅡEntendido, los directivos ya organizaron los instrumentos, le avisaremos, que tenga un buen día.

La voz de la señora doctora y los asentimientos de las enfermeras que me cuidaban al lado de ella me dieron a entender que probablemente se trataba de un examen. Me había quedado en el hospital unos cuántos días, me emocionó un poco conocer el hospital aunque francamente no tenía ganas de sonreír o comentar algo a su referencia, nunca había visitado el hospital, pero hubiera preferido haber ido en otras condiciones.

No lograba moverme mucho y tenía vendajes puestos, ¡En la habitación blanca en dónde estaba había un televisor mucho más gigante que el de mi casa! No pude evitar curiosear. Todo era demasiado nuevo aunque el dolor me impidiera levantarme.

Me trataban raro, parecían atentas por mí, hablaban mucho, me miraban, me bañaban y daban comida como si yo fuera un bebé, pero también me inyectaban y eso me dolía, descubrí que odiaba las inyecciones. A pesar de todas esas cositas, me sentía bien ahí. No me apetecía volver.

Los recuerdos de la noche en que mi mamá murió permanecían borrosos, no lograba divisar mucho, tampoco recordar.

Al único que recuerdo es al niño de la oscuridad, al beso que ardía en llamas, sus lágrimas.

Sus lágrimas.

No pude limpiarlas.

Era algo que, al final del día, siempre me abatía.

Por eso, aunque estaba descubriendo cosas nuevas, presenciando novedades, oyendo palabras extrañas, siendo tratado como un príncipe, siendo medicado, no sonreía.

No expresaba mi gratitud, no mostraba expresiones.

Era mi rostro totalmente indescifrable, como si no tuviese alma, como si no tuviese vida.

Porque recordé, dentro de todo el tropel, lo que él me había dicho antes.

Y me dió miedo de perderlo, a él, a mi mejor amigo, al niño de mis ojos.

A Taehyung.

Abrazaba mis rodillas antes de que llegara la soberana mujer a colocarme los sueros nutritivos y aprovechaba para ver la luna.

El cielo era tan gigante e inmenso como para soportar verlo a través de tantos edificios, pero eso, al menos un poco, lograba reconfortarme.

Me relajaba, me hacía pensar.

No habían luciérnagas, no habían polillas, hormigas, barros o insectos.

No estaba mi pasadizo secreto, no podía escaparme de allí.

Quería correr ese cielo, sentir la pradera en mis dedos, oler ese aroma a humedad que solo la tierra mojada podía darme.

Pero lo que más quería, sin dudas, era correr tanto para llegar sin aire hasta sus espaldas.

Que, cuando mi mano cayera sobre las suyas, el volteara a verme

Y me sonriera.

El niño de la oscuridad no aparecía.

Aunque lo llamara

Aunque lo necesitara

Ni siquiera apagando todas las luces, ni siquiera asustándome o escondiéndome.

No lo encontré ni en su hogar, ni en la oscuridad, ni en la luna, ni en las estrellas, ni en la noche.

Él no estaba ahí.

Y no había derramado lágrima alguna desde el incidente

Pero ahí me dormía yo, llorando por él.

Oh, niño mío, por favor vuelve a mí.

Cántame para dormir.

Transfórmate si es que quieres.

Pero vuelve conmigo.




Niño de la oscuridad • VMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora