Mensaje. (Parte final)

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Llegó sin avisar a nadie que lo haría, ni siquiera a sus padres, los arreglos de papel en las calles y las personas escribiendo deseos en tarjetas de papel desde muy temprano era la vista con la que fue recibido después de estar en la capital de su país, no es que allá no lo celebren o algo por el estilo, de hecho, sus compañeros de equipo le pidieron celebrarlo allí en Tokio y que no viajara, pero el tenía algo importante que hacer en Miyagi el 7 de Julio.

Era un día caluroso, el verano ya había llegado así que una cajita de leche no venía para nada mal por lo que con unas monedas consiguió lo que quería de una máquina expendedora y sorbiendo su contenido siguió con su camino hasta su nuevo tren, desde hace unos meses sus ojos azules se centran en la pantalla de su celular debido a la enorme cantidad de mensajes que Hinata envía día tras día, el enano de cabello rojizo es quien le mantiene al día de la vida de quienes se quedaron en Miyagi.

Daichi y Sugawara mantenían una relación, aparte de compartir un departamento cercano a la universidad donde ambos estudiaban.

No le sorprendió mucho, sus superiores se veían cercanos y cariñosos.

Al parecer también los demás se habían juntado, Hinata había terminado con Yamaguchi y este se había quedado con Yachi, aunque el pelirrojo parecía estar feliz por su ex pareja, ahora salía con una chica de cabellos largos, oscuros y que era parte del equipo femenino de la universidad en la que iba y era armadora, Shouyo era bisexual.

Pasó a una pastelería que ya tenía pensado desde el inicio y salió con una caja blanca de un tamaño mediano hasta quedar frente a la casa de quien necesitaba una explicación, el apellido resaltaba en la entrada de su hogar mientras los carácteres que formaban luna resaltaban en este. Tocó el timbre dos veces llamando la atención de quienes se encontraran dentro, el más alto salió de su hogar sosteniendo a un pequeño de cabellos negros que se aferraba con sus pequeños dedos a su camisa de cuadros mientras abrazaba con fuerza el peluche de una versión tierna de un tiranosaurio rex con su brazo libre abriendo enormemente sus ojos ante la visita inesperada frente a la casa de sus abuelos.

-Oh...

Fue lo único que Kageyama pudo exclamar ante la escena de Kei cargando a una pequeña copia suya pero de cabellos más oscuros con delineadas pestañas que le observaban de forma profunda, de arriba a abajo, analizandolo.

-To... Kageyama.

Tsukishima estuvo a punto de llamarlo por su nombre más se detuvo a tiempo antes de hacerlo regresando a su apellido.

-Solo quería pasar a visitarte, pero ya veo que estás ocupado, te traje un poco de pastel para que lo comas con tu novia o... esposa.

Que amarga le sabía la leche.

-¿Que?

Entonces entendió, el pequeño.

-¡E-espera! ¡Este enano no es mi hijo!

-¿No?

Tobio detuvo sus pasos, evitando dejar el pastel sobre una estructura para poder alejarse lo más posible de aquella situación pero aquello le obligo a quedarse ya que esperaba que realmente fuese mentira.

-Claro que no, es hijo de mi hermano y mi sobrino.

Suspiro suavemente ante la idea de que ese enano fuese su hijo, bueno, casi de no ser por su madre y sus apellidos. Pidió que lo esperara para dejar al menor con su madre y salir de nueva cuenta para encontrarse con el de cabellos negros.

-Como, ¿como has estado?

El ojiazul tendió el pastel hacia el rubio quien lo recibió entre sus manos algo extrañado y al abrirlo un ligero carmesí pintó sus mejillas.

-Me encuentro bien, ¿quieres ir al Tanabata?

Directo.

-Claro, iré a ponerme algo ya que, bueno tú ya estás listo al parecer.

Lo invito a pasar y la madre del más alto le saludo alegremente, era una sorpresa que Kei llevase a alguien que no fuera Tadashi a su hogar pero le alegraba ver al pelinegro que tenía entendido era quien traía enamorado a su hijo menor. Ambos jóvenes se dirigieron al festival y al llegar fueron recibidos por alegres personas amables que les regalaron papeles para que escribieran sus deseos para dejarlos atados a las ramas del bambú.

-¿Haces esto?

Pregunto el rubio a su acompañante.

-Si, este año quiero hacerlo.

Se alejó colgando su deseo en una de las ramas regresando a un lado del rubio. La curiosidad en el de ojos miel era demasiada, distrajo al más bajo con una pelota de volley para poder leer su deseo.

Tsukishima Kei.

Las mejillas del más alto se volvieron de un rojo cereza intenso dejando en rídiculo el cabello de Tendou Satori. Jugaron y comieron durante el festival, al final del día notó que el más alto aún sostenía su papel por lo que curioso lo miró.

-¿Porqué aún no lo cuelgas?

-No tiene caso, las estrellas no serían capaces de concederme este deseo por más que lo deseara Tobio.

Ante las pocas luces que daban los puestos que ya estaban por dejar el lugar por un productivo día de ventas le daba un toque de misterio al poseedor de cabellos dorados.

-¿Un dinosaurio? Te puedo regalar uno de peluche, te lo enviaré por paquetería.

-Es algo más complicado rey.

Suspiro suavemente y escribió en el papel, tomó la mano del azabache dejando el papel en esta.

-Solo tú puedes hacer realidad este deseo.

Los ojos azules de Tobio bajaron al escrito, casi se ahoga con el palillo donde antes había algo de carne a la parrilla con verduras, sus mejillas enrojecieron y agradecía a la ligera oscuridad que esto no se notara demasiado.

¿Te gustaría empezar una historia conmigo?

No sabía como reaccionar ante aquella nota.

-Pero... yo no soy escritor.

A Kei casi se le caen los lentes y tomó muchas, muchas bocanadas de aire para tranquilizar su vena sarcástica que latía por responderle de mala forma al azabache que desechaba el palito de madera que sostuvo su comida.

-¿Te gustaría ser mi novio?

Sostuvo su mano antes de que se retirara por completo del basurero, contemplo aquellos ojos azules llenos de brillo y un sonrojo que empezó su camino desde sus mejillas hasta sus orejas asintiendo de forma leve.

-Aunque no creo que sostener mi mano sobre un basurero sea lo más romántico ni higiénico para una petición como esa.

El rubio asintió, el azabache tenía toda la razón en ese aspecto. Lo llevó a los baños para que pudieran lavarse las manos y terminar su salida en un romántico beso que se reanudaría.

Luego de dos días, esa despedida fue con promesas de amor, mensajes constantes y visitas para ambos. Ya no había corazones escritos con vapor, solo despedidas donde algunos pequeños mencionaron a sus madres ver pétalos de cerezo volar de forma violenta para después caer con parsimonio alrededor de aquel alto rubio que suspiraba por un nuevo encuentro con aquel que amaba con su entero ser.

One Shots TsukiKageDonde viven las historias. Descúbrelo ahora