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El agua era de un azul cristalino y el viento creaba pequeñas olas en la superficie. Se veía fresca, reconfortante, en realidad estaba helada pero era tanto el calor del verano que el pequeño niño llamado Sammy saltó, sin pensarlo dos veces, a la piscina. La baja temperatura impactó en su piel como mil alfileres. Sin embargo, cuando ya se había puesto sus gafas para ver bajo el agua y se encontraba sumergido en las profundidades de la piscina, recordó las advertencias de sus amigos, trucos para asustarlo que habían funcionado perfectamente.

Tiburones nadaban bajo las olas que creaba el viento sobre el agua, las medusas buscaban algo fácil de atacar y miles de ballenas asesinas rodeaban otros animales marinos que, ajenos al peligro, nadaban tranquilamente. En el suelo se encontraban pepinos y estrellas de mar, encerrados en su propia realidad. Sammy miraba con asombro y cierta inquietud el escenario que se presentaba frente a sus ojos.

Las criaturas marinas, temibles, pasaban a su lado sin percatarse de su presencia, como salidos de su imaginación. Sammy intentaba subir a la superficie pero unas algas lo mantenían atrapado en el fondo. Por más que intentaba nadar hacia arriba, las algas lo halaban hacia abajo. El movimiento no hacía más que atraer a los tiburones y a las ballenas asesinas que por allí rondaban. En cuestión de minutos, Sammy se veía rodeado de animales salvajes y peligrosos. Éstos se acercaban a gran velocidad para atacarlo y las algas que apresaban sus tobillos no cedían. De repente, todo se oscureció como en un apagón. Lo último que recuerda Sammy son mandíbulas abiertas y cientos de dientes acercándose hacia él.

Una tos salió de los pulmones de Sammy. Logró reconocer vagamente a algunos de sus familiares y amigos alrededor de él. No paraba de toser mientras sus pulmones soltaban todo el agua como un regadera. La voz preocupada de su madre retumbaba en sus oídos mientras salía, poco a poco, del estado de confusión en el que se encontraba.

Samuel saluda desde la orilla a sus dos hijos, quienes juegan con la pelota en la piscina. Su hijo mayor le hace señas para que entre, Samuel intenta disimular su repentina angustia y se sienta en una hamaca haciéndole señas a su hijo para que espere. Las manos le tiemblan y el corazón se le acelera al ver el líquido azul cristalino, sobre el cual el viento crea pequeñas olas. El miedo se refleja en sus ojos bajo las risas de aquellos que una vez le dijeron que la piscina está plagada de peligrosos animales marinos.

Trinos de atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora