La tristeza que nunca llegó

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Sentado en el parque de la calle noventa y nueve, él miraba hacia todos lados en busca de aquella que nunca llegaría. Revisaba el celular en busca de alguna señal pero no había ni rastro. Habían acordado encontrarse allí para arreglar asuntos legales y como siempre, desde que se conocían, era ella la impuntual. Los sauces de aquel parque daban la bienvenida a personas cargadas de alegría pero nunca anunciaban la llegada de la tristeza.

Daba ligeros golpecitos con la yema de sus dedos sobre el espaldar de la banca de madera. No quería pensar que ella nunca llegaría, sin embargo su corazón le ordenaba levantarse y marcharse a casa. Recogió una flor que crecía al pie de la banca, una margarita que trajo recuerdos a su mente de aquello que no se volverá a repetir. Una ráfaga de viento sopló, arrancando de su mano la margarita y llevándose todos los recuerdos junto con ella.

Suspiró con fuerza. Seguía registrando todo el parque en busca del sentimiento que se aproximaba pero era inútil seguir buscando algo que no aparecería. Por un momento lo pensó, la intuición le susurró al oído que no servía de nada seguir esperando. Él no hizo caso, movía su pie rápida y desesperadamente, como si eso acelerara el tiempo.

Un nubarrón cubrió el cielo y él no pensaba rendirse. Esperaba, esperaba y esperaba el motivo de sus futuras lágrimas. Gotas empezaban a caer de las nubes. Y él seguía esperando la causante de sus heridas en el corazón. Un aire frío invadió el parque y justo allí, sentado en el parque de la calle noventa y nueve, él logró ver como ella le entregaba una carta a un desconocido. Con la cara empapada en lágrimas, conversaba con aquel extraño. La tristeza se había equivocado de puerta y el barco que la transportaba había encallado en otras costas. Sólo le quedaba, seguir esperando. 

Trinos de atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora