Tregua

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El día en el que la vida del chico que saca a pasear al terrier cambió, yo recuerdo que el ascensor se detuvo en el séptimo piso y me saludó con una sonrisa. Sostuve el ascensor y esperé a que entrara. El día en que su vida dio un giro inesperado fue en el que bajamos juntos hasta el primer piso y no separamos a la hora de salir del edificio. El día más importante en su vida comenzaba a lloviznar, recuerdo que saqué la sombrilla del bolso. Nos sonreímos a la entrada del conjunto mientras él se ponía la capota de su chaqueta, el cielo era azorado por enormes nubes grises.

Se levantó de su cama y fue al baño a lavarse los dientes, acto seguido fue a la cocina y preparó algo de desayunar, se sentó a comer y leyó el periódico. Se vistió informalmente y salió a pasear a su perro: su chaqueta era negra, su pantalón también, sus zapatos de igual color. El día en que la vida de ese chico que pasea al terrier cambió tenía planeado ir a la escuela después de su caminata diaria junto al perro. El sol salió, la lluvia se acercaba, el terrier salió a correr, sus patas salpicando en los charcos.

Normalmente cruzaba la calle cuando me veía venir del otro lado. Sin embargo, ese día no lo hizo. Nos cruzamos en la acera, su mirada iba gacha, tratando de no encontrarse con la mía. Alcancé a detallar las pecas en su tez pálida. Ese día fue el último que lo vi pasar. Recuerdo bien que él día en que todo cambió el terrier se soltó de la correa, el chico detrás de él. Un error de la naturaleza, un giro que al destino se le escapó de las manos. El día en que todo cambió no pude contener mi grito, aún sin saber su nombre, asustada observando la velocidad de los hechos.

El día en que la vida del chico que sacaba a pasear al terrier todos los días cambió, recuerdo que venía un camión de basura del otro lado de la calle. La correa cedió, mi grito se liberó y no pude moverme de mi lugar en la acera. Mi protagonismo en la escena era poco. El día en que su vida cambió yo estaba ahí, lo recuerdo bien, el terrier salió corriendo pero él no pudo correr más. Ese día le sostuve el ascensor para que saliera a tiempo a sacar a su perro, nos sonreímos antes de salir al edificio y a esa misma hora pasaba un camión de basura del otro lado. El tiempo se detuvo. Los dos nos despertamos ese día y fuimos al baño a lavarnos los dientes. Desayunamos y nos vestimos informalmente. Ese día el ascensor paró en el séptimo piso, lo retuve, él entró con su perro y bajamos al primer piso. La correa se soltó y yo me percaté del camión pero él no me escuchó a tiempo. Algo que el destino olvidó: una tregua planeada para dos.

Trinos de atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora