Un tranquilo disparo

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La vida seguía su curso en la calle treinta y dos. Josué, con las manos temblorosas miraba las paredes que perdían color en la casa, la gotera rompiendo el silencio y el suplicante sol se desvanecía detrás de las montañas soltando su último suspiro. Josué reflexionaba sobre lo que había hecho durante esa semana. Pensaba en lo que había recorrido a lo largo de su vida y en lo que había llegado a creer de sí mismo. Por una traicionera soledad, que manejaba sus pensamientos y que empezaba a manejar sus acciones.

Recorrió de nuevo la casa solitaria, lleno de furia con el vacío ambiente. Ausente de cualquier risa, de cualquier broma, y hasta de cualquier lagrima pero lleno de un aire rencoroso que no lograba salir. Josué miró la casa de al lado, alegre y completa. Nada podía decir que allí hubiera alguna clase de problemas pues la casa cobraba vida con sólo el hablar de las personas que allí vivían. El cielo se tornaba oscuro, relampagueando y tronando se enfurecía el día. Parecían reflejados en el cielo los sentimientos de Josué.

El color de las paredes opacándose, la gotera rompiendo el silencio pero el sol ya no suplicaba y con ese ultimo rayo fue toda la esperanza de Josué. Terminaba de atardecer cuando el temblor de sus manos aceleró. El color de las paredes perdiendo coló aún más rápidamente, la gotera acelerando su pulso y la conciencia reprimida se preparaba para actuar. Todo actuando en cámara rápida. Josué quería escapar del tiempo que avanzaba sin cesar, quería buscar respuestas, quería salir de la soledad pero sus pensamientos actuaron y sus acciones se conectaron con su conciencia agotada. La vida seguía su curso en la calle treinta y dos pero Josué no corría al ritmo de la paz y sólo había que prestar atención en lo más profundo de la tranquilidad para saber que un disparo la interrumpió.

Trinos de atardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora