Trinos de atardecer

Heerstrasse

Ella caminaba por la calle sola. Llevaba las manos en los bolsillos de la chaqueta y un gorro de lana blanco en su cabeza. Miraba hacia las vacías ramas de los árboles que alguna vez tuvieron flores rosas en ellas. No se escuchaba ningún ruido además de los pensamientos flotando en su mente. Daba el siguiente paso cuando, cerca de un árbol, cayó una solitaria flor rosa. La recogió y miró hacia arriba pero no vio ningún indicio de que el árbol estuviera florecido. Todo lo contrario, parecía haber estado ya seco por una larga temporada.

Una voz la llamó, se dio la vuelta y lo vio parado allí, a la entrada del túnel de cerezos florecidos.

––¿Qué haces aquí? ––preguntó ella.

––Te vi caminando sola y me pregunté si querías compañía.

––Gracias pero...

––Vamos, una carrera hasta el final del túnel ––él salió corriendo y ella detrás de él. Las risas hicieron eco en el túnel de cerezos.

Ese día en el que pasaron una tarde juntos en aquella calle. Ese día ella había recibido una suspensión de su trabajo, problema que se fue de inmediato al compás de la tarde.

Escucha una voz a la entrada del túnel que la llama, cuando se gira no ve a nadie: la calle está completamente vacía. Asume que tal vez sólo ha sido el viento jugándole una mala pasada. Mira de nuevo la flor rosa en su mano y la guarda en su bolsillo. Sigue caminando mientras resuenan esas palabras en su mente y la visión de él alejándose se hace más real.

––Una carrera hasta el final del túnel ––susurra, haciendo caso a las voces dentro de su mente.

Empieza entonces a correr en una carrera contra lo que ahora es tristeza y antes fue alegría. Cuando llega al final, una sonrisa se dibuja en su rostro y las palabras vuelven a su mente.

¡Te gané!

No, no lo hizo. Ella siempre será la ganadora de esa carrera. Agitada, se vuelve y mira la calle que ha dejado a atrás, donde los arboles una vez estuvieron florecidos y ahora las ramas se muestran vacías: él no ganó.