Memorias en los rayos dorados

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Severus Snape caminaba por los pasillos, rumbo a su aula. En poco tiempo su clase comenzaría y lo único que faltaba era que llegara tarde. Justo él, el jefe supremo de la puntualidad.

La clase normal se dio por finalizada después de ver los mismos ineptos alumnos, las mismas quejas ante las tareas y las mismas caras de miedo...

Lamentablemente, tenia que ver esas caras y las restantes durante el almuerzo. Y lo peor, no podría callarlos cuando comenzaran a hablar sus tonterías adolescentes cargadas de idioteces y banalidades.

Sentado en su puesto, en la gran mesa de profesores, rápidamente buscó a Ivonne con la mirada. Era casi obvio que no estaría allí. No era profesora de nada, así que no se mezclaría, si bien Dumbledore le había dejado en claro que era bienvenida en la mesa.

Desde donde estaba, podía oír los murmullos entre el perro sarnoso de Black y el lobo domesticado de Lupin.

Lupin mantenía cierto respeto hacia ella. Después de todo, de los cuatro merodeadores, solo con él, ella había tenido cierta afinidad. Lupin era el único que en el pasado, detenía a los otros tres y el que siempre había intentado que dejaran de molestar.

Black no. El la seguía llamando niña. Y lo poco que alcanzó a oír, le indicaban que él se la pasaría bromeando sobre ella.

Entre los Slytherins, vio a Lucius Malfoy hablar con Draco. Rió internamente al recordar que Ivonne siempre lo había llamado afeminado.

Fue gracias a ese recuerdo, que el resto del almuerzo le pareció más agradable.

Era media tarde cuando Severus Snape decidió ir a ver como seguía Ivonne. Lo cierto era que desde que vio toda esa sangre salir de su mano, se había sentido inquieto. Iría y eso alivianaría su inquietud, además de demostrar, a su modo tan peculiar, su agradecimiento por quitarle esa endemoniada marca que lo había torturado como un crucio durante tantos años. Era raro no sentir esa sensación de un hierro al rojo vivo en su brazo. Era un alivio que también relajaba su torturada alma.

Llegó a la puerta que dividía a Hogwarts con ese boque. La puerta se abrió sola, tan solo al acercar su puño para golpear.

Era una puerta especial, de eso no cabían dudas. Y se percató de que era un hechizo de recuerdo. Al permitirle entrar la primera vez, la puerta lo reconocería las restantes veces y se abriría sola. A menos, claro, que ella no quisiera.

Entró silencioso. Echó un vistazo a la casa, pero ella no se encontraba allí.

La puerta se había abierto, eso quería decir que ella estaba en ese lugar, en algún lado.

Abrió la puerta y salió de la cabaña. Recorrió la plataforma hasta que la vio, recostada en el suelo de madera, con el sol cayéndole de lleno en su piel pálida. Demasiado pálida.

Se acerco y se arrodilló junto a ella. La sacudió levemente mientras preguntaba:

- Ivonne... Despierta... ¿Puedes oírme?

- Eso creo...- Susurró ella con los ojos cerrados.

- Estas más pálida que yo. ¿Cómo te sientes?

- Débil, como no tienes idea- Decía mientras abría levemente sus azules ojos.

Severus pensó que podría hacer. Los conjuros no funcionarían. Pero tampoco podía dejarla ahí, tirada a la intemperie.

- ¿Te caíste?- Preguntó a esos ojos azules que volvían a cerrarse.

- No... Me sentía débil, así que me recosté aquí. En esta posición me siento menos mal y el sol hace que sangre un poco menos.

Onix y Zafiro | SSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora