28. Emociones

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-Entonces, eso... No quería en ningún momento que te sientas incómoda o algo así Soph- acaricio sus manos de forma cariñosa.

Después de prácticamente pedirle mil disculpas y decirle que no la voy a presionar a nada, ella se está riendo de mi sufrimiento.

-Está bien Hazz, no tenemos problemas- aprieta nuestro agarre sonriendo.

-Ya, entonces... ¿Vamos a comer alfajores?- río levemente mirándola cerca de mí.

-Sí, pero antes...- muerde su labio inferior nerviosa. -tengo un regalo, te lo compre hoy...- suelta rara.

-¿Ok...? ¿Donde está?- alzo los hombros.

-Cierra los ojos, bobo- suelta mis manos y se acomoda el cabello.

Yo obedezco lo que me pidió y me quedo de pie sobre el jardín sin ver nada. Pasan unos segundos en los que no escucho ningún movimiento, seguro ha entrado a la casa o fue a re...»

Una respiración frente a mi boca me saca de mis pensamientos y me pone los nervios de punta. Un cosquilleo que empieza desde mi nuca hasta el vientre. Que rayos está haciendo Soph.

Decido hacerme el que no comprende, y me dejo llevar por su plan. Rápidamente siento el contacto tímido de sus labios junto a los míos, no se aparta, están pegados a mi boca. Siento lo suaves y tibios que son, pegándose más, pidiendo más cercanía. No fue solo un choque como los anteriores, esto es un beso. Una de sus manos toca mi abdomen, así que pienso que es adecuado que yo las coloque en su cintura atrayendola a mí.

Nuestros labios no se mueven, no juegan, solo están ahí juntos, haciendo un pacto, pero créanme que es más que suficiente.

Intento abrir un poco más mi boca para tener mejor acceso a la suya, cuando ella se separa lentamente de mí.

-No, solo uno- juega con sus ojos aún cerrados.

-¿Por qué?- sonrío juntando mi frente con la suya.

-Porque me moría por besarte-  me devuelve la mirada con ese brillo en sus ojos que me encantan.

-Yo lo sabía- susurro egocéntrico.

-¿No vamos a cambiar, verdad?- murmura como niña asustada, haciendo un puño con mi polo.

-¿No quieres cambiar esta relación?- ladeo la cabeza para jugar con nuestras narices.

-Aún no...- sonríe sin despegar los labios.

-Está bien- imito su gesto siguiendo el consejo de mamá: no presionarla. -¿Ya quieres volver a dentro? Porque yo quiero alfajores- bromeo separándome de ella.

Sophia camina delante mío y es ahí cuando toda mi felicidad explota: siento mi corazón a mil por hora, el dolor en mi cara me hace reaccionar por lo grande que está mi sonrisa, mis manos sudan ligeramente por los nervios de hace un rato. Me estoy volviendo loco.

Ella abre la puerta de vidrio del patio, dejando ver la sala con Gemma recostada viendo televisión, y mamá en otra esquina mordiendo uno de los dulces.
Sophia pasa primero que yo, así que aprovecho para hacerle señas a mamá; apunto mis labios frenéticamente con una sonrisa que puedo jurar que parezco demente. Al principio no parece entender, pero cuando capta el mensaje, sonríe negando con la cabeza, luzco como un niño emocionado.

Me siento al lado de mi hermana y alcanzo uno de esos alfajores que se ven jodidamente deliciosos, hace mucho tiempo no comía uno de estos. Soph está a un lado mío sirviéndose agua de la jarra frente nuestro.

-¿Alfajor?- levanto la caja llena del postre para ponérsela adelante de su vista.

-Yo lo sujetaré, no voy a comerlo de tu boca- sonríe agarrando dos de estos. Ella se refiere a que siempre que comemos algo, tengo la manía de dárselo de entre mis labios, así como el brownie y el chicle.

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