Capítulo 28 (Betty)

1.7K 134 10
                                    


El sobre blanco con mi nombre quemaba en mi mochila.

Al volver a casa no reparé en el sol, ni miré el paisaje todo vestido de distintas tonalidades de marrón y rojizo. Tampoco jugué con las hojas caídas de los árboles, ni saludé a la Señora Ackerman, que tan amablemente había cuidado de mi cuando era pequeña.

Lo único que quería era leer lo que había dentro de ese sobre. Esquivé niños, rodeé charcos y corrí las últimas dos cuadras a casa, hasta que por fin estuve en mi cuarto.

Me senté en el escritorio con el sobre delante. Con gran devoción lo abrí y vi que dentro había un sobre y una cajita muy plana.

Agarré con sorpresa la cajita. Jughead no había dicho nada respecto a eso. Con sorpresa ví que que era una cadenita que tenía el dije de un ángel. Dentro de la misma, una notita que rezaba: un ángel, para otro ángel. Jug.

Oh por Dios, ¡era preciosa!.

Me la puse y me miré al espejo. Sonreí muy feliz, era lo más hermoso que alguien me había regalado. Sencillo, pero a la vez lleno de significado.

Luego, por fin abrí la carta que estaba dentro y decía:

Elizabeth: muchas veces pensé en escribir los sentimientos que despiertas en mí, pero leí a Borges, y como su poema describe lo que siento, te lo dedico a continuación:

  "El amenazado"

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir. 

Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. 

La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. 

¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño? 

Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.

Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz. 

Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.

Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles. 

Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.

Ya los ejércitos me cercan, las hordas. (Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.) 

El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo.

                  Sin   nada más por agregar, salvo que te quiero.                                                                       

                                                                                                                                  Jughead

Vuelta a la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora