Por la mañana, mi padre ya había vuelto y estaba sentado a la mesa de la cocina, tomando un vaso de leche. Tenía los ojos hinchados, pero no de la misma manera que los de Prudencio. Yo avancé con miedo.
—¿Tu hermano... —empezó él con un tono de voz fuerte, pero al ver el miedo que tenía suavizó su voz—. ¿Tu hermano está bien?
No sabía qué contestar. Prudencio todavía no se había despertado. Dudaba mucho que fuera a trabajar con ese aspecto.
—Ya veo... Deberías ir a la fábrica y decir que no se encuentra bien.
Asentí.
Mi padre parecía triste.
—Anda, ve, sal fuera a jugar con tus amigos.
Yo no me moví. Tenía miedo de que repitiera la paliza de ayer a mi hermano. Mi padre debió de ver eso en mi cara porque dijo:
—Tranquilo, no le haré daño.
Me acarició el pelo y salí de casa.
***
Fui a avisar de que mi hermano no iría, pero Xurxo ya lo había hecho.
Él estaba metiendo las anchoas en unas latas cuando me vio. Me hizo un gesto para que fuera hacia él.
—¿Qué tal está Prudencio? —preguntó sin parar de trabajar.
—Todavía no se había levantado cuando me fui.
—Vaya...
***
Salí de la fábrica, dispuesto a volver a casa para ver qué tal estaba mi hermano. Cuando volvía y estaba a unos pocos metros de la casa me encontré con mi padre, que llevaba a la espalda un saco de tela. Él se detuvo al verme.
—Anxo... Diles a tus hermanos que lo siento.
—¿Te marchas?
—Sí.
Me revolvió el pelo cariñosamente como solía hacer y siguió por su camino. Si hubiera sabido que aquella sería la última vez que vería a mi padre, quizás hubiera pensado una despedida mejor o lo hubiera abrazado. Pero el destino es caprichoso y en aquel momento no parecía lo más oportuno. Tras la figura de mi padre vi a Prudencio observándonos, apoyado en el marco de la puerta, muy serio y con los brazos cruzados.
Poco a poco fui hasta él y me quedé mirandolo. Le dolía toda la cara, pero logró esbozar una sonrisa para mí, para tranquilizarme. Entonces me puso la palma de su mano en la espalda y entramos en casa.
***
Por la noche estuvimos todos los hermanos juntos a la cena. Solos, pues nuestra abuela llevaba varios días en la montaña.
Algo había cambiado en Prudencio tras la noche anterior. No sabíamos el qué, pero estaba diferente. Parecía... Más seguro de sí mismo.
—¿Cuando volverá Padre? —preguntó Constante.
—Ojalá nunca, no lo necesitamos —respondió Prudencio.
—Y el dinero...
—Ya encontraremos la manera de obtenerlo.
Prudencio realmente estaba hecho un asco. Si en un pasado María había dicho que era guapo, en aquel momento no diría lo mismo. Además, cada vez que se movía sufría horrores, aunque nunca se quejó.
Cuando acabamos de cenar nos levantamos, y cada uno se fue para su habitación, todos excepto Prudencio. Prudencio entró en la habitación de padre y se tiró sobre su cama. Entonces supimos que él había adoptado un nuevo rol en la familia. Padre ya no volvería, y ahora tendríamos que rendir cuentas ante él. Iago prefirió dormir con Constante y conmigo.
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Memorias de un anciano
Historical FictionAnxo es un viejo, un viejo con demencia. En su familia nadie lo valora pues para ellos no es más que chatarra, sobre todo para su bisnieto Ramón. Pero cuando Anxo comienza a contar su vida de trabajo y sacrificio, despierta en su nieto curiosidad po...