Me arrastré hasta mi casa y nada más llegar me tiré en la cama. No estaba de humor para nada. Me daba igual dejar plantado a Prudencio.
«Rata», «asco», «animal», «perro». Esas cuatro palabras rodaban en mi cabeza sin cesar.
La puerta se abrió de golpe, como casi siempre que alguien llegaba con buenas noticias.
—¡Eh! ¿Hay alguien en casa? —gritó Brais lleno de felicidad.
—Yo —contesté sin mucho ánimo.
—¿Y tú aquí? —preguntó todavía sin dejar de sonreír.
—Me duele el estómago —mentí.
—Ah, bueno. —No pareció importarle mucho—. ¡Ha dicho que sí! ¡Cecilia se casará conmigo!
—Me alegro —dije sin mucho ánimo.
—Tengo que encontrar a Xabi para contárselo.
Y salió corriendo de casa. Yo sabía que a Xabi no le haría ninguna gracia ver que su hermano se casa y que aún por encima con una chica de la que él estuvo enamorado. Brais no lo sabía, era algo que solo me había dicho a mí, pero le iba a sentar como un puñetazo en el estómago. Brais casado y él no había besado nunca. Sí, le haría mucha gracia...
No tardé mucho en quedarme dormido, y hubiera dormido hasta el día siguiente si no hubiera sido porque a la una de la mañana Brais me despertó cabreado.
—María quiere verte, está en la puerta. Dile que si vuelve a llamar tan tarde otra vez, no dudaré en coger un cuchillo.
Tenía que ser María...
Abrí la puerta de golpe.
—¿Qué quieres? —Le escupí las palabras.
—Anxo, escucha...
—No, ya me ha quedado muy claro. No estoy a tu nivel. Escuché vuestra conversación, ¿sabes? —la interrumpí.
—¡No es eso! Escucha, tienes que ayudarme. Llevo...
—¡Estoy harto! ¿Vale? Y es tarde, mejor que te vuelvas a casa.
Le iba a cerrar la puerta en las narices, pero me lo impidió.
—¡No! —La sujetó—. ¡Miguel no aparece!
Abrí la puerta, sorprendido. Me fijé en que estaba llorando y llevaba una linterna. Estaba manchada de barro y empapada por la lluvia, además de muy despeinada.
—¿Qué? —pregunté, intentando verificar lo que acababan de oír mis oídos.
—Llevamos horas buscándolo. No está en casa, ni en clase, ni en la playa ni en ninguna parte. Nuestro padre está como loco buscándolo. Todos sus hombres andan detrás de él, pero nadie lo encuentra. Anxo, tienes que ayudarnos, estoy muy preocupada. Él no se habría ido así sin decir nada.
No contesté, solo corrí adentro a por mi chaqueta y mis botas. Salí y tiré por el brazo de María.
—¿Habéis buscado en el monte?
—Sí, ahora mismo hay varios hombres rastreando la zona.
Me esforcé en pensar en los lugares a los que Miguel solía ir o aquellos que le gustaban. Le pregunté a María toda la lista que se me ocurrió, pero ya habían mirado.
La tierra mojada nos hacía resbalar y caer, sobretodo a María, a la que había sujetado por el brazo para que no se cayera más.
Buscamos de nuevo en la plaza, en las calles, en los alrededores de su casa. Eran las tres y todavía no lo habíamos encontrado. Ambos estábamos desquiciados. No aparecía.
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Memorias de un anciano
Historical FictionAnxo es un viejo, un viejo con demencia. En su familia nadie lo valora pues para ellos no es más que chatarra, sobre todo para su bisnieto Ramón. Pero cuando Anxo comienza a contar su vida de trabajo y sacrificio, despierta en su nieto curiosidad po...