Acababa de amanecer y yo ya estaba tocando el timbre de la casa de mi hermano. Prudencio me abrió la puerta.
—¿No vas a trabajar?
—¿No tienes colegio? —me respondió Prudencio sonriendo.
—Voy ahora.
—¿Y qué querías? —me dijo mi hermano sabiendo perfectamente lo que quería.
—Quería...
—Anda, pasa. —Se rio de mi inocencia.
Me senté en una silla. Su casa era más grande que la nuestra y tenía una cocina bastante mejor. También era más luminosa y tenía más muebles. Estaba más limpia y ordenada también, pero siendo como éramos nosotros, normal que nuestra casa estuviera hecha un asco.
Mi hermano se quedó de pie, mirándome fijamente.
—¿Qué tal está Uxía?
—Cansada, pero mejor, le está dando el pecho ahora mismo.
—Bueno, yo decía la Uxía pequeña... —Me reí.
—Ah. —Se rio también.
Una voz dijo el nombre de mi hermano desde dentro de la habitación. Mi hermano fue allí y después asomó la cabeza.
—Quiere que vengas.
Entré en la habitación. Estaba casi a oscuras, salvo por una pequeña vela.
—Hola —dije tímidamente—. ¿Qué tal estás?
—¿A parte de haber sentido el dolor más atroz de toda mi vida? Bastante bien —me dijo sonriendo.
Yo no sabía que decir.
—Te estoy tomando el pelo, hombre, ven aquí.
Me acerqué y ella me acarició el brazo.
—Gracias por venir a visitarnos. Me imagino que vienes a verla.
Asentí. Y allí estaba la hija de mi hermano, mamando. No sabía porqué, pero la pequeña Uxía me despertaba curiosidad. Pocas veces había visto un bebé de cerca.
—Tengo que irme al instituto... Siento las molestias —dije.
—No digas tonterías, hombre, no molestas —me dijo Prudencio.
Le dí un beso en la mejilla a Uxía y me fui.
***
—¿Dónde está Miguel? —susurré al pupitre de enfrente.
—Está enfermo, lleva toda la mañana vomitando —me susurró María.
—¡Silencio! ¡Cerrad el pico! —dijo el profesor.
Para ir al instituto tenía que ir a Pontevedra. Normalmente me llevaba el padre de Miguel en su coche, pero hoy no había podido, y un amigo suyo nos trajo a María y a mí en su coche.
Lola había empezado a estudiar para partera ese mismo año, pero antes también solía ir con ellos. El padre de Miguel le decía que podía aspirar a más, pero ella no quería.—¿Qué tiene?
—No lo sé, Anxo. Cállate, por favor.
El profesor nos echó una mirada fulminante. Si María fuera otro alumno más lo hubiera puesto de patitas en la calle y probablemente se hubiera llevado un buen coscorrón, pero ella era la hija del Señor Fernández. Todo el mundo le tenía mucho respeto.
—María, ¿pero vivirá, no?
Desde la muerte de Constante estar enfermo no era algo que me tomase a la ligera. Hasta los más ligeros resfriados me aterraban.
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Memorias de un anciano
Historical FictionAnxo es un viejo, un viejo con demencia. En su familia nadie lo valora pues para ellos no es más que chatarra, sobre todo para su bisnieto Ramón. Pero cuando Anxo comienza a contar su vida de trabajo y sacrificio, despierta en su nieto curiosidad po...