Tras la excesivamente precisa descripción de mi hermano del acto sexual, cada vez que me encontraba con María me entraban arcadas. Empezaba a entender las diferencias entre los niños y las niñas.
—¿Tengo monos en la cara? —se quejó ella.
Y pensar que sus padres habían hecho aquello, menudo asco.
—¿Me dejas coger a tu loro? —preguntó Miguel.
—Sí, claro.
Atlas había crecido mucho y ya tenía todas las plumas, aunque seguía siendo una cría. Él ya volaba, pero no quería marcharse de allí, pues quería a su dueño, al que veía como un padre y un amigo. Se lo puse en las manos.
—¿Cuándo vuelve tu abuela?
—Mañana. Menudo horror.
—Lista para el comienzo de las clases —dijo Miguel.
Lo malo de salir con Miguel era que no me podía quejar de lo tozudo que era el profesor con el castellano, ya que era su padre.
***
Al volver a casa sentí una presencia maligna. La abuela había vuelto antes de tiempo. Y para variar, estaba regañando a Xurxo por ir tan despeinado, a Xabier (aunque no la escuchaba) por ser tan poco hablador y a Brais por lo contrario. Mi abuela podía regañar a hasta cinco personas a la vez, yo lo había vivido en persona.
—Y tú, ¿dónde estabas?
—Yo...
—Calla y ponte a barrer.
Mi hermano Prudencio entró en la casa.
—Hola...
—¿¡Y tú con esas pintas que pareces recién salido de una disputa de bar?!
—Adiós... —dijo él volviendo a cerrar la puerta para marcharse y no aguantarla.
—¡Vuelve aquí, jovencito! —dijo metiéndolo de nuevo en casa por las orejas—. Ponte a fregar ahora mismo.
En aquel momento nadie la echó de menos.
***
Pero entonces un día despertó enferma, muy enferma. Apenas respiraba. Xurxo incluso se alegró de que la abuela estuviera a punto de morir. Pero a ninguno nos hizo tanta gracia cuando vimos que había contagiado a Constante.
La abuela murió en tres días. Constante sufrió más. Neumonía, dijo el médico.
Los enterramos en el cementerio. Uno bien alejado del otro, para que Constante descansara realmente en paz.
Solo tenía once años. Su limpia lápida de granito contrastaba con la de madre, que estaba cubierta de hierbas silvestres aunque con flores de hermosos colores.
—Constante... —lamenté.
Otra vez Prudencio sentía que nos había fallado, pero él no pudo haberlo evitado.
Aquel año fue muy triste para todas las familias. No había una que se salvase de la pérdida de un familiar a manos de la neumonía. En la nuestra fueron Constante y la abuela, en la de María su madre.
Durante unos días nos consolamos el uno al otro, pero después nos cansamos de vernos llorar. Nunca los olvidaríamos, pero teníamos que seguir adelante.
María y su hermana se fueron a vivir con Miguel. Él quería un hermano, ahora tenía dos y mujeres. El señor Fernández las trató a partir de aquel momento como si fueran sus hijas. Él amaba en secreto a su madre, y le había prometido a esta en su lecho de muerte que las cuidaría, costase lo que costase.
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Memorias de un anciano
Ficção HistóricaAnxo es un viejo, un viejo con demencia. En su familia nadie lo valora pues para ellos no es más que chatarra, sobre todo para su bisnieto Ramón. Pero cuando Anxo comienza a contar su vida de trabajo y sacrificio, despierta en su nieto curiosidad po...