Capítulo 14: Niña

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—¿Crees que tu hermano prefiere una niña o un niño? —preguntó María.

—Un niño, por supuesto. Mi hermano de criar niñas no sabe nada. En mi familia somos todos hombres.

Los tres amigos llevábamos paseando un buen rato buscando algo que hacer. Ya habíamos hecho todos los deberes y aquel día no hacía calor, así que estábamos aburridos como ostras.

—Quizás precisamente por eso prefiera una niña, por variar —añadió Miguel.

—No creo.

—Las niñas somos más cariñosas —dijo María.

Empezaron a caer unas gotas y corrimos a refugiarnos a la vera de las casas de marineros.

—¿Cuánto falta para que nazca? —preguntó Miguel.

—Creo que nacerá a finales de abril, o eso me dijo ella.

Un poco más tarde cesó de llover, pero el día seguía estando asqueroso.

—Bueno, María, deberíamos ir regresando. Papá nos espera —dijo Miguel.

Yo no tenía hora para volver a casa. Solo se preocupaban si no aparecía al día siguiente mientras tanto ya podría haberme comido un león que no se darían cuenta. Con Prudencio sí que tenía que volver como máximo a las nueve, pero como ahora el jefe de la casa era Xurxo, todo se había salido un poco de madre. Por lo menos, gracias a Uxía, ya no se gastaba la mitad de su sueldo en putas, no porque él no quisiera, sino porque ninguna estaba dispuesta a acostarse con él.

Xurxo no tenía para nada la intención de ser un buen hermano mayor y responsable como Prudencio. Él nos dejaba ir por libre. Menos mal que el padre de Miguel me enseñó a cocinar, porque sino no comeríamos nada. Aunque fueran ellos los hermanos mayores, era yo el que preparaba la comida para todos.

Me despedí de ellos, pero yo todavía no tenía ganas de regresar. No iba yo solo, ya que me había llevado a Atlas conmigo. Los días de lluvia no le gustaban, parecía más apagado.

Al final, tuve que volver, pues no me quedaba otra. Mi hermano Xurxo todavía no había vuelto a casa. El muy estúpido estaría en el bar, echando la partida.
Xurxo tenía tantos vicios... Y solo era un crío, un crío de dieciocho años. Prudencio se lo consentía todo mientras todavía le quedase dinero de su sueldo para la casa. Últimamente eso de «mientras todavía le quedase» se había esfumado. Se estaba descuidando. Si salía de las putas, entraba en el alcohol, y del alcohol al juego. Un desastre.

Los que sí que estaban en casa eran Brais y Xabi. Iago ya estaba en cama. Yo había aprendido algo de lengua de signos, y me pareció que Brais le estaba contando una anécdota del trabajo mientras le quitaba uno de esos dichosos anzuelos de la muñeca.

—Vuelves tarde —me dijo Brais.

—Ya.

—No deberías.

—Ya.

Brais, en lo que se refería a responsabilidad, era un punto intermedio entre Prudencio y Xurxo. Se preocupaba, pero no lo suficiente como para ponerle remedio. 

Xabi le indicó a su hermano que le tradujese, pero no me hizo falta.

—Ya sé que el loro se ha mojado. Lo pondré ahora a calentarse —dije a la vez que traducía.

Ver que lo había comprendido y que había sabido contestar, hizo que sonriera con fuerza.

Teníamos el fuego encendido, así que lo puse enfrente de este envuelto en un trapo para que se secara.

Memorias de un ancianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora