Xurxo abrió la puerta de un portazo.
—¡Pruden! ¡Voy a matar a tu novia!
Pruden estaba haciendo la comida y se rio al verlo todo cabreado.
—¡No tiene ninguna gracia! ¡Le ha dicho a todas que tengo sífilis! No sé ni qué rayos es eso, ¡pero ahora ninguna se me acerca! ¿¡Qué put... chica —se corrigió— se acostará conmigo ahora!?
—Uno, no deberías gastarte tu dinero en «chicas». Dos, a este paso si no la tienes la acabarás teniendo. Y tres, te lo mereces —le dijo mi hermano sin quitar la vista de las sardinas.
—¡Esto es excesivo! ¡Tampoco fue para tanto!
—Habla con ella. —Rio Prudencio.
—No, está loca, es un ser irracional. Si en el fondo fue un cumplido que mirásemos...
—Dile ese argumento a ver qué tal le parece. —Prudencio se siguió riendo de la estupidez de Xurxo.
—Espera un momento... ¡Seguro que tú la ayudaste a pensar su venganza! ¡Te voy a matar!
—La idea fue suya, yo solo le dije que se lo dijera a tus «chicas».
Prudencio sacó de la sartén las sardinas y las puso en una fuente.
El siguiente en abrir la puerta fue Xabier. Venía diciendo algo en lengua de signos, parecía muy cabreado.
—Xabi, no entiendo lo que me dices. —Se rio Pruden.
La escena hizo que Iago y yo nos rieramos de nuestros hermanos mayores. En el fondo, se lo habían buscado.
Cuando Brais entró a toda prisa, también enfadado, no hizo caso a los tirones de Xabi para que le tradujera y empezó a gritar como Xurxo.
—Tu novia no tendrá nada que ver con que de vuelta a casa se me haya acercado un hombre ofreciéndome «una noche de diversión», ¿verdad?
Al pobre Xabi nadie le hizo caso pese a que siguió intentando llamar la atención.
—No es justo, ¿por qué mi castigo es mayor? —se quejó Xurxo—. Todos hicimos lo mismo.
—Tú le caes peor —se burló Pruden.
Xabier, cansado de que no le hicieran caso golpeó la mesa y nos enseñó su culo.
—Dice que Uxía le puso un clavo en la banqueta de la plaza donde se pone a limpiar y a vender el pescado —tradujo Brais entre risas al ver la herida de su hermano—. A tí también ya te vale, mira que sentarte con tanta fuerza...
Entonces Uxía entró en la casa sonriendo al ver el resultado de su venganza. Mis hermanos se quedaron en silencio. Prudencio se levantó, le dio un beso y le sirvió un plato de comida. Luego puso también una sopa y la fuente en la mesa.
—¿No le queríais decir algo a Uxía? —les vaciló Pruden.
—No, nada —soltó Brais secamente.
Pero Xurxo no podía estar callado, y después de un rato soltó de repente.
—¿¡Sifilítico, en serio!?
A mí me salió el agua por la nariz de la risa. Uxía se había ganado mi simpatía aquel día al demostrar que podía controlar a mis hermanos y castigarlos como ella quisiera. Tenía un carácter muy fuerte.
—Se me olvidaba algo, esa sopa que estáis tomando, no es «sopa» —les dijo perversamente—. Es pis de vaca.
Mis hermanos salieron corriendo a vomitar fuera de casa.
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Memorias de un anciano
Ficción históricaAnxo es un viejo, un viejo con demencia. En su familia nadie lo valora pues para ellos no es más que chatarra, sobre todo para su bisnieto Ramón. Pero cuando Anxo comienza a contar su vida de trabajo y sacrificio, despierta en su nieto curiosidad po...