En la primera hora del viaje en coche nadie dijo nada. El señor Fernández estaba verdaderamente enfadado, aunque para darse cuenta de su cabreo solo había que mirarle la cara a Miguel.
El padre de Tania, que era el que los había pillado, lo tiró al suelo, y le dió una patada en la cara, rompiéndole la nariz. Pero había sido su padre el que le había dado un bofetón que le había hinchado media cara.
Tanto Lola como él miraban por las ventanas. Estaba convencido de que había sido ella junto con Pilar las que les habían contado nuestras intenciones al ver que esta noche también había ruido.
En cambio, a María y a mí no nos habían dicho nada, absolutamente nada.
María puso su mano sobre mi rodilla, algo que consideré muy arriesgado en aquel momento de tensión, pero nadie se fijó en su gesto.
Yo estaba muy nervioso, no sabía dónde meterme. Yo no tenía padres ante los que responder, pero María sí, y no quería que la regañase.
El señor Fernández tocó el claxon durante un minuto entero. Menos mal que no había nadie más a la vista en aquella enorme carretera. Supuse que se estaba desahogando.
Miguel empezó a llorar. No era un sollozo escándaloso, sino que parecía más bien el tipo de sonido que hacía mi hermano Xabi al llorar. Le debía de doler la cara...
No pude evitar acordarme del día que mi padre había pegado a Prudencio y preguntarme si se sentiría igual de dolido. Pero Miguel sabía que lo merecía, lo veía en su cara, se arrepentía por haber fallado a su padre, enfadado a su tío y haber enfrentado a los dos hermanos.
La bronca entre los dos hermanos Fernández había sido tremenda. El hermano de Diego prácticamente nos había echado a patadas de allí.
—¿No había otras muchachas guapas que no fueran de tu sangre? —Su padre escupió las palabras.
Nadie se atrevió a contestar.
—¿No? —Otra vez sin respuesta—. Te debería caer la cara de vergüenza, Miguel. ¿Te ofrezco mi confianza y mi favor, y tú me lo pagas así? ¿Con mi sobrina? ¿En nuestras propias narices?
Miguel no se atrevía a mirar a su padre, seguía con la vista fija en la ventana.
—Pensarás que soy un animal, Miguel, pero hay un límite de la falta de respeto hacia tu padre y tu tío. Lo has pasado con creces. —Su tono de voz seguía siendo el de una persona cabreada—. ¿Pensabas que éramos tontos? ¿Que no nos enteraríamos?
—Si Lola hubiera cerrado el pico...
Miré a María asustado. ¿¡Acababa de contestar a su padre!?
—Hizo lo correcto. Y tú mejor calladita ahí atrás, que también tengo que hablar contigo.
Me encogí en mi asiento. Si María volviera a abrir la boca le pegaría un puñetazo en la boca del estómago con tal de ahorrarme escuchar las palabras que el señor Fernández se estuviera reservando para mí.
—No tenías que humillarme así. —Esta vez fue Miguel el que contestó.
Su padre, a parte del golpe, le había hecho arrodillarse ante su tío pidiéndole disculpas.
—Sí, si quería que mi hermano me perdonase y que tú aprendieras la lección.
—La cicatriz de la nariz ya me serviría de recordatorio.
—Pero esta cicatriz te quedará en el orgullo.
Entonces Miguel sí que miró a su padre. Arrugó el ceño.
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Memorias de un anciano
Historical FictionAnxo es un viejo, un viejo con demencia. En su familia nadie lo valora pues para ellos no es más que chatarra, sobre todo para su bisnieto Ramón. Pero cuando Anxo comienza a contar su vida de trabajo y sacrificio, despierta en su nieto curiosidad po...