Capítulo 17: La enfermedad de los locos

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Recé para que mi décimocuarto cumpleaños fuera mejor que los dos anteriores. No es que estuviera enfadado porque Prudencio anunciara su boda en mi cumpleaños pasado, pero prefería que esa vez la gente se concentrara en mí y no en él.

—¿Dónde está Xurxo? —preguntó Iago.

—Ni idea, ya aparecerá. Empecemos a comer sin él —dijo Brais.

La comida la había hecho Prudencio, por lo que aquel día comeríamos bien. Habíamos matado el pollo más gordo que teníamos y su carne olía de maravilla.

Uxía la pequeña estaba jugando con una cuchara y sonreía cuando levantaba la cabeza para mirar a su madre.

Brais había traído a Carmen (por fin nos la presentó). Carmen era la hija del panadero, pero había vivido con sus abuelos en Lugo mucho tiempo y por eso nos parecía nueva en el pueblo.

No sabíamos que vendría, así que el pollo quedó en poco, a pesar de que María y Miguel no estaban allí, pues habían ido a comer a casa de uno de los amigos de su padre, y claro, no podían faltar. ¿Quién valía más, un fanático que no habían visto en su vida o un amigo? Ellos no decidieron, porque su padre no les dio a escoger. Se disculpó muchas veces conmigo y tuve que prometerle que no estaba enfadado y que no me importaba para que me dejara en paz. A cambio, me prometió que me invitaría a comer un día a su casa, y bueno, tuve que aceptar, pues allí se comía de miedo.

Sinceramente, ya me daba igual que fuera mi cumpleaños, solo era un día más como otro cualquiera.

Entonces Xurxo abrió la puerta de un portazo y entró con un sobre en la mano.

—Adivinad quién es el nuevo supervisor de Massó... ¡Sí, yo!

Todos estábamos demasiado sorprendidos. Mi hermano era estúpido, ¿cómo podía haber logrado ese empleo? Entonces entró en la habitación, recogió sus pocas pertenencias y dijo:

—Bueno, yo me largo de aquí.

—¡¿Adónde te vas?! —le gritó Prudencio.

—A vivir mi vida, fuera de esta choza de mala muerte. Ahora soy libre para hacer lo que quiera con tanto dinero.

—¡Dinero que deberías invertir en la familia, como hago yo con el mío!

Xabi me pidió que le tradujese lo que estaba pasando.

—¡Ja! ¡Me río yo de eso! ¿Te crees que no he visto el sofá que te has comprado? Me parece que podrías haberlo invertido en la familia... —se burló de él.

—¡No cambies de tema! ¡¿Y quién va a cuidar de ellos?! —nos señaló.

—Brais ya es mayor. Que se ocupe él.

Cuando traduje eso para Xabi, él golpeó la mesa como diciendo: «¡Eh, que yo también soy un nene mayor!».

—¿Qué has dicho, Xabi? No te escucho —se mofó de él.

Entonces fui yo el que le pegó. Nada que le hiciera mucho daño, pero le sirvió de advertencia.

—¡No te burles de él! —le advertí.

—¿Ahora te pones rebelde? Calla, mocoso, tú no entiendes nada —dijo dándome un pequeño empujón.

Le iba a volver a golpear, pero Prudencio me lo impidió.

—¡Vete! ¡Si es lo que quieres, no vuelvas! ¡Pero cuando te lo gastes todo en putas no vuelvas aquí llorando! 

—Tranquilo, no ocurrirá. Tu mujer se encargó de eso... —dijo mirando a Uxía, que le devolvió la mirada seriamente y desaprobando su actitud—. Las putas no olvidan, son chicas listas. No importa las veces que haya demostrado que no estoy enfermo. Y ahora, si me disculpáis, me voy.

Memorias de un ancianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora