Capítulo 30: Pillados

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—Ejem...

Miguel nos despertó. Corrió las cortinas bruscamente para que nos dejáramos de remolonear.

—Tortolitos, hora del intercambio.

Solté a María para que pudiera irse.

Me froté los ojos.

—Buenos días, Miguel... 

—Vaya, vaya, al final me voy a tener que preocupar por vosotros dos. Qué monos los dos abrazaditos.

La luz del sol del amanecer se coló en la habitación.

—¿Cuánto falta para que nos «despierten»? —pregunté.

—Media hora o así.

Se metió en la cama, dispuesto a aprovechar lo que le quedaba de tiempo.

—¿Qué tal lo pasaste? —pregunté riendo.

—No estuvo mal.

—Perro. —Reí.

***

Antonia nos «despertó» y nos avisó de que el desayuno estaba listo.

—¿No te dan de comer en tu casa, hijo? —preguntó la mujer al ver mi velocidad comiendo y mi buen saque.

—Sí, pero en mi casa no desayunamos pasteles ni pastas. —Reí.

—¿Nunca los habías comido?

—Alguna vez, cuando era el cumpleaños de alguien o por Navidad. Uxía, la mujer de mi hermano, por mi cumpleaños siempre me prepara un bizcocho.

El resto de los comensales apenas habían dado el primer bocado cuando yo ya había terminado. Miguel se rio de la cara que habían puesto sus tíos.

Esperé a que los demás terminaran.

—¿Adónde vamos hoy?

—Está lloviendo —respondió Antonia.

—¿Y? 

—Ángel, aunque te resulte extraño, hay gente que con lluvia no sale de casa. —Se rio el padre de Miguel.

Yo me extrañé.

—Si hiciéramos eso en Galicia no salíamos de casa...

***

Menudo aburrimiento de día me esperaba. Los jóvenes de la familia estábamos en el salón, aburridos como ostras. Miguel y María estaban jugando al ajedrez y, como siempre, Miguel iba perdiendo. Lola y Pilar estaban hablando de sus cosas, mientras Tania observaba la partida de ajedrez. Yo estaba sentado en el sofá mirando para el techo.

—Te vas a fastidiar el cuello —me dijo Tania.

—Por lo menos ya no tendré que soportar este aburrimiento.

Tania rio.

—¡Eh! ¿Qué tal si ponemos algo de música y bailamos?

—Ay no... —me quejé.

—¡Eso, así prácticas, Ángel! —añadió María emocionada.

—Total, ya he perdido... —dijo Miguel, intentando descubrir qué había hecho mal en aquella partida.

—¡Qué pena que no esté aquí aquel chico tan guapo con el que bailaba Lola anoche! —dijo Pilar.

—¡Calla! —la cortó Lola riendo avergonzada.

Tania puso un disco.

El salón era enorme y había espacio para bailar de sobra, pero por si acaso apartaron los muebles.

Memorias de un ancianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora