Capítulo 21: Barcelona

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El hijo de Prudencio nació a principios de verano. Era un niño muy «riquiño». Tenía sus ojos.

—¿Cómo se llama? —pregunté.

—Pablo —respondió—. Lo escogió Xurxo.

—¡Eh! ¡Yo quería llamarle Prudencio! —protestó el nombrado.

—Pero usé mi veto como padre —explicó Prudencio riendo—. Jamás dejaría que a un niño tan guapo le pusieran ese nombre tan horrible.

—Tampoco está tan mal —dije yo.

—Créeme que sí.

El niño estaba dormido. Le acaricié el moflete.

—Es suave... —dije sorprendido.

—¿Qué te esperabas? —rio Xurxo—. Es un bebé.

Me acordaba de cuando cogí a Uxía «Pequeña» por primera vez, pero en aquel momento, ví al recién nacido más frágil que cuando era un crío y cogí a la niña. Sentía, que si lo cogía me iba a caer, una inseguridad que de pequeño no tuve.

Prudencio me ofreció cogerlo pero yo no supe cómo.

—A ver, cógelo por aquí. Sí, así.

Era tan pequeño...

—¡Quiero yo! —pidió Iago.

Yo se lo cedí con cuidado.

—¡Se parece a tí! —gritó.

—¡Eh, que lo vas a despertar! —le regañó Xurxo.

—No, déjalo, no pasa nada —lo relajó Prudencio sonriente.

Estaba tan contento que parecía que nada podría oscurecer su buen humor. Por el contrario, Xurxo parecía tenso, nervioso.

—Oye, Pruden, ¿podemos hablar a solas?

Prudencio asintió y nos dejó solos con el niño.

Uxía madre entró en la cocina donde estábamos y miró con dulzura al pequeñín.

—¿Me lo dejas?

Iago asintió y se lo devolvió a la madre.

—Es muy guapo, ¿verdad?

Los dos asentimos.

—Tendríais que haber visto a vuestro hermano Xabi, le caía la baba. —Rio— Aunque Brais tampoco se quedaba corto... 

—Bueno, yo me voy ya —dije.

Me acerqué a Uxía y le dí un beso en la mejilla a la vez que le susurraba «enhorabuena» y luego acaricié de nuevo el bebé.

—Vuelve cuando quieras —me dijo.

Cerré la puerta con cuidado de no hacer ruido. Uxía pequeña estaba sentada en el banco que había fuera de la casa.

—¿Qué ocurre? —le pregunté riendo al verla tan tristona.

—Todos hacen caso al bebé.

Yo me empecé a reír, pero ella estaba tan seria que lo dejé y me senté a su lado.

—Pero piensa que ahora tendrás a alguien con quien jugar.

—Solo hace pompas.

—Pero crecerá.

—¡Es un niño! Los niños no juegan con las niñas.

Suspiré.

—A mí me hubiera gustado tener una hermanita.

Memorias de un ancianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora