—¡Felicidades, Anxo!
—Dos semanas tarde, pero bueno... —me quejé.
—Estaba en casa de mi tío, ya lo sabes... ¿Irás a la fiesta de esta noche?
—No creo.
—¡Venga, será divertido! —Al ver que no cambiaba de opinión, sacó su artillería pesada—. María también va a ir...
Aquello me hizo sonreír.
—¿Ves? Ya te he conquistado, ¡tendrás que venir! Irá todo el mundo. ¡Habrá música y un montón de comida!
—Está bien...
La verbena era por algún santo, pero hacía tanto que no iba a la iglesia que no sabía ni por quién era, y tampoco me importaba. Obviamente creía en Dios, pero esperaba que con la vida tan dura que me había dado, pudiese perdonarme mi descuido en lo que se refería a ir a misa.
—¿Entonces vendrás?
—Sí, pesado.
—¡Genial! Te espero.
Y se fue a su casa. Yo entré en la mía. Mi hermano Brais estaba muy emocionado, pues su nueva novia Cecilia le había prometido que aquella noche iba a ser de «diversión sin igual». Yo no sabía si los dos pensaban en la misma clase de diversión, pero tampoco le iba a fastidiar la fantasía que se había montado en la cabeza.
Xabier, por su parte, parecía que tampoco tenía muchas ganas, y que si iba, era porque Brais lo había presionado. Brais estaba empeñado en que tenía que abrirse más, costase lo que le costase.
—¿Vas a ir así? —me miró asqueado mi hermano.
—Está limpio. —Encogí los hombros.
—No, no, no. Menudo espanto. Enséñame tu ropa.
—Brais...
—¡No insistas! Os aseguro que hoy tú y Xabi salís de allí con una chica bajo cada brazo. Iago no, que aún es pequeño.
—¡Eh! —protestó «el pequeño».
Le enseñé mi ropa, pero él no quedó satisfecho.
—Está toda rota y sucia... ¿Solo tienes esto?
—Es todo lo que me habéis comprado. Mi sueldo tampoco da para mucho.
—Pues somos unos tacaños... No puedes ir así por la vida, que das mala imagen.
—Perdóname si no me compras ropa —dije con ironía.
—Pues ya te compraré, o mejor, lograré que Pruden te la compre, pero mientras, te dejaré yo algo.
Brais era el que mejor ropa tenía. Tampoco era mucha, y no era especialmente bonita, sino que era básica, pero estaba en mejor estado. También es que al ser el menor, yo heredaba toda su ropa, y si yo ya llevaba ropa asquerosa, la de Iago era mil veces peor.
—Toma.
Me tiró un jersey azul marino a la cara.
—Me va a quedar grande...
—Eso es lo de menos.
Me lo puse sobre la camisa que llevaba.
—Bueno, vamos mejorando...
Luego me dio unos pantalones color camel.
—Se me caen —me quejé.
—Pues te pones un cinturón.
Parecía un payaso, todo me quedaba grande, incluso la situación.
—Ya estás, perfecto. Y ahora péinate un poco.
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Memorias de un anciano
Ficción históricaAnxo es un viejo, un viejo con demencia. En su familia nadie lo valora pues para ellos no es más que chatarra, sobre todo para su bisnieto Ramón. Pero cuando Anxo comienza a contar su vida de trabajo y sacrificio, despierta en su nieto curiosidad po...