Todavía era temprano cuando me desperté, pero no pude volver a dormir. Atlas se despertó cuando encendí la luz de mi mesilla.
—Perdona, amigo.
El loro bajó al colchón y empezó a jugar con mis dedos.
—Hoy se va Prudencio.
El loro no hizo caso al sonido de mis palabras.
—Yo no pinto nada en Barcelona. Es demasiado... ¿Grande? Sí, grande. Y solo conoceré a Xurxo. Allí tendría que rehacer de nuevo mi vida y... No sé si quiero eso. Pero es hora de cambiar.
Me levanté de la cama y me vestí. Luego me peiné y desayuné para aprovechar el tiempo que me quedaba antes de ir a despedirme de mi hermano al puerto de Vigo. Decidí dar un paseo por la playa.
Todavía recordaba el día que había aparecido un marinero muerto en la orilla. Una pesadilla donde mi hermano era el que llegaba a la costa era lo que me había despertado. No podría soportar verlo con los ojos devorados por los peces y la piel rota por los golpes contra las rocas, simplemente no podría.
—¿Tampoco podías dormir?
Me giré.
—Cristina, vuelve a casa, es pronto.
—Tu hermano ronca. —Rio.
Esperé a que llegara a mi altura para seguir caminando. Hacía bastante brisa y ella no había traído chaqueta, así que le cedí la mía.
—Gracias.
Empezaba a oler a pan, lo que indicaba que los panaderos habían encendido ya los hornos. Aquel olor se mezclaba con el del mar, haciendo una combinación extraña.
—¿Crees que debería irme a Barcelona, con Xurxo?
—Creo que deberías hacer lo que tú quisieras, y no lo que los otros creamos conveniente.
—Pero crees que debería irme.
—Sí, lo creo.
Suspiré.
—No puedes pasarte esperando toda la vida por María, ni puedes quedarte en el pueblo para siempre.
—Prudencio, Brais, Xabier y Iago siguen aquí.
—Se acabarán yendo. Créeme, los pueblos desaparecerán en pro de las ciudades. La gente se irá, en busca de trabajo y una vida mejor. —Dudó un momento—. Se suponía que no debería decirte esto... Pero bueno, lo haré de todas formas. Uxía me ha dicho que cuando regrese Prudencio le gustaría ir a la Coruña. Ya lo tiene pensado.
Estaba sorprendido.
—No creo que les guste a los niños.
—Se acostumbrarán, Anxo. Todo cambia y nada permanece.
Una gaviota pasó volando tan cerca de nuestras cabezas que casi podría haberme despeinado.
—Xabi me ha pedido que me case con él.
Menudo día más movidito.
—¡Eso es fantástico!
La abracé y le día un beso en la mejilla.
—No lo es, Anxo...
Entonces le resbaló una lágrima por la cara.
—No llores, Cristina. ¿Qué ocurre?
La abracé.
—No estés nerviosa, mi hermano te tratará como una reina.
—No es eso.
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Memorias de un anciano
HistoryczneAnxo es un viejo, un viejo con demencia. En su familia nadie lo valora pues para ellos no es más que chatarra, sobre todo para su bisnieto Ramón. Pero cuando Anxo comienza a contar su vida de trabajo y sacrificio, despierta en su nieto curiosidad po...