Me preguntaba si mi hermano pensaba en hacer aquellas cosas de las que me había hablado. No podía imaginarme que desease a una mujer. Es decir... ¡Era mi hermano! Pero yo notaba que algo estaba cambiando en ellos, en todos mis hermanos mayores. Xurxo al salir de trabajar buscaba algún culo desprevenido que tocar. Se había llevado más de un bofetón, pero era normal si se comportaba como un salido. Brais con sus catorce años empezaba a tontear con las chicas, mientras que Xabier se tenía que conformar con mirar a aquellas que trabajaban o buscaban comprar en la plaza. Yo no entendía por qué sentían tanta fascinación por ellas y por un acto que yo encontraba repugnante.
No solo ellos estaban raros, si no que María también estaba cambiando. Ya no quería jugar tanto con nosotros, y había semanas que no le veíamos el pelo. Ahora tenía nuevas amigas, y cuando no estaba con ellas, estaba con Lola. Ni siquiera Miguel que vivía con ella sabía que diablos le pasaban por la cabeza. Si por casualidad algún día se acordaba de nosotros y bajaba a la playa, lo hacía con un bañador que le había comprado el padre de Miguel, ya nunca desnuda.
***
—¡María es estúpida! —Llegué un día a casa—. ¡Mañana empiezan de nuevo las clases y no quiere aprovechar e ir a la playa! Dice que «está indispuesta». ¡Mentirosa! Siempre dice lo mismo.
Mis hermanos se rieron salvajemente de mi cabreo, incluso Brais se lo escribió a Xabier para que se riera también.
—¿¡Qué ocurre!?
—Anxo, ¿no te has fijado en que ya es más alta que tú? —dijo mi hermano Brais.
—Sí, y tampoco me gusta. Se supone que los hombres somos más altos, ¡pero soy de los más altos de mi clase y aun así ella me supera! ¡Y no solo ella, si no la mayor parte de las chicas!
Se volvieron a reír, y miraron a Prudencio.
—¿No era que habías hablado con él? —preguntó Xurxo riendo.
—Hombre, no de todo... Le dije como se hacían los niños. El resto os toca a vosotros —dijo intentando escurrir el bulto.
—Menudo hermano mayor... —dijo Brais.
Entonces volvió a mirarme a mí.
—¿No te has fijado en su pecho? —preguntó él.
—¡No! Es mi amiga, yo no miro esas cosas, no soy un pervertido como vosotros.
Mis hermanos se miraron entre ellos y se rieron.
—¿Y a qué crees que se refiere cuando dice que «está indispuesta»?
—Que le duele el estómago.
Mis hermanos eran bastante gilipollas. Se estuvieron burlando de mí un buen rato hasta que me explicaron de dónde venía aquella sangre que había visto en la playa y porque era más alta que yo.
—Pero ella no es la única que está cambiando... Tú ya estás creciendo —me dijo Xurxo con el tono con el que se lanza una maldición—. Y créeme, dejarás de llamarnos pervertidos cuando hagas lo mismo.
—¡No, yo nunca me fijaré en las chicas!
Y tras decir eso, me fui de casa dando un portazo.
***
¿María? ¿De verdad? No me imaginaba que todo aquello pudiera ser real. ¿Cómo podían las mujeres sangrar todos los meses sin morirse? Mis hermanos tenían que estar tomándome el pelo.
Miguel me encontró sentado en el borde de piedra que marcaba el principio de la playa.
—Hola —me saludó.
ESTÁS LEYENDO
Memorias de un anciano
Historical FictionAnxo es un viejo, un viejo con demencia. En su familia nadie lo valora pues para ellos no es más que chatarra, sobre todo para su bisnieto Ramón. Pero cuando Anxo comienza a contar su vida de trabajo y sacrificio, despierta en su nieto curiosidad po...