Capítulo 37: La partida de cartas

106 24 8
                                    

Xabi se sentó en la cama junto a Cristina y tomó su mano, despertándola. Iago había cumplido con su cometido.

- Que descanse mucho. No dejéis que haga las tareas de la casa, diga lo que ella diga. - ordenó Lola cerrando su botiquín.

También estaba allí María que en cuanto se había enterado de lo de Cristina cuando Iago había ido a buscar a Lola también había venido corriendo. La agarré de la cadera. Sabía que no me merecía tratarla así, pero yo en ese momento también necesitaba compañía.

Cristina levantó su brazo para acariciar la mejilla de mi hermano. Su sonrisa impecable logró que mi hermano se derrumbara de nuevo. Xabi se tumbó junto a ella y esta lo abrazó con su brazo.

- No pudo ser. - dijo resignándose - Siento no haber podido darte lo que deseabas. Deberías buscar otra mujer y ...

Él sacudió su cabeza. Había leído sus labios y yo sabía que Xabier jamás haría eso, la amaba demasiado.

- Yo te quiero a tí. - dijo él en voz alta con su tono grave.
- Pero algún día querrás hijos, y yo no podré dártelos. - Cristina empezó a llorar de nuevo.

Él volvió a negar.

- No. Siempre a tu lado. - dijo él resumiendo.

Cristina lo besó en la frente.

Los demás decidimos dejarlos a solas.

Al salir de casa sentí el fresco de la noche inundar mis pulmones.

- Me da pena tu hermano, no ha tenido una vida fácil. - dijo María.
- Ya.

Iago estaba apoyado en la pared.

- Ve a avisar a los demás, pero diles que no vengan. Necesitan descansar y asimilar lo ocurrido. - le dije.

Iago asintió y se puso en marcha.

- Eh, espera.

Él se giró de nuevo.

- Has hecho un buen trabajo. Gracias.

Iago asintió y siguió por su camino. Había sido duro para él.

María me cogió la mano y me miró a los ojos.

- Sé que es tarde, pero si quieres podemos ir hasta la playa y sentarnos. Ya sabes, para airear la cabeza.

Asentí.

***

La arena estaba fría, pero ninguno de los dos teníamos frío allí sentados. El ruido de las olas era muy relajante y las estrellas iluminaban la noche.

Ella me besó de nuevo. Al terminar aparté mi cara, avergonzado.

- María... He hecho algo y no...
- Sé que has estado con otra. Escuché como Elena le preguntaba a tu hermano quién era yo y si sabía lo de... Esto... ¿Ana?
- Anaïs. - me dolió pronunciarlo.
- Mírame.

Obedecí, aunque con mucho esfuerzo.

- No me importa, pero necesito saber a cuál de las dos quieres. Por favor. No puedo seguir esperandote si cuando nos besamos piensas en Anaïs.

¿A cuál quería yo?

- Contesta.

Le brillaban los ojos y sus mejillas estaban enrojecidas por el frío. Y yo no pensaba en Anaïs. Solo pensaba en María y en lo feliz que era a su lado. No pensaba en volver a Barcelona, sino en lo mucho que deseaba poder quedarme allí junto a ella, en lo mucho que deseaba besarla como antes y acariciar de nuevo su cuerpo desnudo.

Memorias de un ancianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora