Capítulo 26: Maldita bicicleta

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Por mi decimoséptimo cumpleaños, me regalé a mi mismo una bicicleta. Había encontrado un trabajo de repartidor y estaba cansado de tener que ir a todas partes a pie. Aunque lo peor, sin duda, era tener que escapar de los perros que se escapaban de las fincas de sus amos o que esperaban a mi llegada para ladrarme y meterme un buen susto.

—¿Me dejas montar? —preguntó Iago.

—Sí.

Desde aquel momento me quedé oficialmente sin bici. Iago solo me la devolvía cuando tenía que trabajar, mientras, era toda suya.

Me encantaban mis cumpleaños...

***

—Buenos...

Iba a saludar, pero no me esperaba ver más que a Xabi en la cocina. Le estaba enseñando lenguaje de signos a Cristina, concretamente la palabra «pan».

—Buenos días —dijo ella alegremente.

—Sí, eso —le solté.

Me alegraba que Xabi estuviera feliz, pero seguía sin entusiasmarme aquella chica. Era guapa e inteligente, pero había sido mala con mi hermano, y aunque él pudiera olvidarlo, yo no.

—¿Cómo se dice «te quiero»? —preguntó ella, demasiado empalagosa.

Me reí. Demasiado azúcar.

—¿Tienes algún problema? —Se había enfadado.

—No, me encanta verte camelar a mi hermano —dije con ironía—. Pero vas a tener que esforzarte mucho más para engañarme a mí.

—Yo no lo engaño. Lo quiero.

—Sí, ya se vio.

—Ya me he disculpado con él por las cosas del pasado.

—El pasado no fue hace tanto.

Ella iba a responder, pero Xabi le tocó el hombro, intentando comprender qué pasaba. Yo le dije por lenguaje de signos que no pasaba nada, que solo le daba los buenos días, pero ella me miró desconfiada.

—¿Qué le has dicho?

—Que eres una perra asquerosa.

Y me fui de casa dando un portazo.

***

De camino a casa de Miguel me crucé con Cecilia. No quedaba mucho para que pariese. Tras saludarnos cordialmente continuamos por nuestros respectivos caminos.

Pasó un grupo de chicas guapas, pero no estaba de humor ni para fijarme en ellas y dedicarles algún que otro piropo mental.

—¿Tu hermano ya no quiere libros? —preguntó Miguel.

—¿Tú qué crees?

Xabier había encontrado otro tipo de diversión.

—Cristina no es una mala persona —dijo María.

—No, para nada. —Otra vez con ironía.

—Es amiga de Lola.

—Precisamente. No creas que me cae mal tu hermana, que también, pero es que no se caracteriza precisamente por ser buena persona. Y ya se sabe, que dime con quién andas y te diré quién eres.

—Para empezar, Lola es una buena persona —dijo ella—. Vale, no, pero se esfuerza para no ser tan borde.

Me tiré sobre la cama de Miguel. Cómo siempre, igual de blandita.

—¿Estás listo para ir a Castilla?

—Es dentro de dos semanas...

—Ya, pero me hace mucha ilusión que vengas —dijo sonriente.

Memorias de un ancianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora