Prólogo

262 12 2
                                    

Nueva York, 11:31 p.m. 02 de noviembre, 2013

Las paredes blancas a su alrededor estaban húmedas y llenas de moho. Todo era oscuro, como si de una película en blanco y negro se tratase, el suelo estaba en penumbras, lo que, para una persona normal, sería terrorífico, lo único que se podía distinguir era una mancha roja que yacía bajo sus pies. Su sangre.

- ¡Eres un imbécil! - Rugió el hombre que estaba parado frente a él.

Tuvo que enfocar su vista en él para saber que era lo que estaba haciendo.

Rodó los ojos.

Momentos atrás el hombre lo había golpeado por no llevar a la persona que le había mandado a traer. Le había propinado una patada tan fuerte en el estómago, que a cualquier humano normal habría mandado a volar y matado al instante, pero al muchacho solo le sacó el aire. La segunda patada que le dio había hecho que el chico hiciera aquel charco de sangre bajo sus pies y que se le doblaran las rodillas hasta caer al suelo.

Aun tenía el sabor a sangre en la boca, pero el dolor en el estómago se había ido apagando conforme pasaban los minutos.

- ¡Te dije que no ha sido mi culpa! - Escupió al hombre que estaba ahí, amenazándolo.

El hombre, de unos treinta años de edad, se acercó peligrosamente a él y lo miró con una furia creciente.

- Claro que ha sido tu culpa. - Replicó. - Lo has dejado escapar. ¿Otra vez tus malditos sentimientos no te dejaron acabar tu misión? - Se burló.

El chico apretó los dientes y lo miró fulminante. La primera y última vez que no había llevado a cabo su misión fue cuando al hombre que estaba con él se le había ocurrido mandarlo a por una niña de seis años de edad. Al principio no fue difícil, había hecho creer a la niña que él la llevaría con su madre. La niña había aceptado la segunda vez que se lo había dicho. Siempre funcionaba: miraba a la persona fijamente, y después hacían lo que él les pedía. Mientras iban en su automóvil la niña le había empezado a platicar de su madre, de cuánto la amaba y cuando le dijo "tú me agradas, ójala muchas personas fueran como tú." algo había hecho tic en su cabeza, y después de muchos años de ausencia, su subconsciente despertó y lo reprendió. El chico le había contestado un "No sabes lo que dices, pequeña." Y la dejó en la puerta de su casa, ateniéndose a la regañiza del hombre.

- Es jodido que tus estúpidos sentimientos te detengan a traer los humanos que necesito. - Siguió, caminando de un lado a otro enfrente de él. - Le advertí a tu estúpido padre que involucrarse con una humana sería catastrófico, pero como siempre, no me hizo caso.

El chico cerró las manos en puños y apretó la mandíbula, tanto, que le empezaba a doler. Cuánto deseaba poder golpearlo, hasta poder matarlo y terminar con eso de una vez por todas, pero sabía que él no podría matarlo, aunque su fuerza era mucho mayor a la de los humanos y otros de los de su especie, no podría matarlo. El hombre era el mismísimo demonio.

- No metas ese asunto en esto. No tiene nada que ver.

El hombre se detuvo frente a él y lo miró con incredulidad, como si lo que dijo hubiera sido la peor de las bromas, y la victima fuera él.

- ¿No tiene nada que ver? - Dijo y soltó una carcajada. - Tiene mucho que ver. Lo sentimientos no te llevarán a nada, se lo dije a mi hermano, le dije que si seguía con esa locura de estar enamorado de la humana todo terminaría mal. No me hizo caso y mira, dónde está.

Lo dijo alzando las manos, de forma inocente. Burlándose de él.

- Mañana te traeré al humano. - Aseguró, dándose la vuelta y caminado hacia la salida de aquel almacen, ya muy familiar para él.

DarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora