Las estrellas no pueden brillar sin oscuridad

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Vincent

De niño siempre recuerdo haberme sentido distinto, raro, la pieza "rota" o "mal fabricada" que no encaja con el puzzle. Quizá era por qué me gustaban cosas que a ningún otro niño de primaria le interesaban, o quizá era el juntarme la mayor parte del día con niñas en vez que con niños, pero entonces eso no se veía raro, tenía apenas 5 años, aquellas cosas de jugar con Barbies con mis amigas, jugarlas a vestirlas, desvestirlas y hacerlas lesbianas porque ninguna se tomó la molestia de comprarse al Ken eran cosas que podían pasar.

Sí, mi interés por la ropa lo traigo de cuna. De niño siempre ha sido de primera necesidad la moda: las grandes revistas de celebrities, el mundo del espectáculo, los reflectores, las ovaciones, el glamour... ese mundo que siempre había creído hecho para mí. Y cantar... imitar la voz de las divas siempre ha sido mi guía, desde que era un mocoso llorón y débil hasta ahora, siempre fue algo especial que me hacía sentir cercano a ellas.

Creo que en ese entonces papá no sospechaba nada, o al menos nunca lo demostró. Pero ahora que lo pienso... obviamente debió de pensar algo, sobre todo cuando yo era invitado a todos los cumpleaños de mis compañeras, digo, eso no era raro cuando era más niño, pero al seguir siendo invitado cuando yo ya tenía 12, en fiestas que no se vislumbraba ningún otro varón salvo el hermano de la cumpleañera, en fiestas de temática rosa Princesas Disney... hm, okey chica, ya era de dudar.

Pero también me invitaban a fiestas de compañeros, siempre tuve amigos hombres, cosa que me (sobre) incentivó papá. Noté las diferencias entre esos dos mundos festivos: en los cumpleaños de los hombres todo se dedicaba a juegos deportivos, competencias acaloradas que algunas veces terminaban mal por malos perdedores, sobrada energía, juegos bruscos, brutos, juguetes de ruidos abrumadores, matanza, juegos de pistolitas en donde el fin era destrozar las cosas o romperlas, aparentemente, o como mínimo ensuciarlas en la tierra, en cambio, en el de las chicas era... limpio, había brillo, princesas, grandes casas de muñecas, rosa, mucho rosa, bailes, belleza, suaves aromas, delicadeza, cuidar de las muñecas y no masacrarlas, peinarlas, hacerles tomados bonitos para sus citas, combinarle zapatos con su bolso, en fin, cositas cute.

Pero las reales diferencias comenzaron a ser más fuertes a los 13, o mejor dicho... los síntomas de mi cuerpo y corazón, cuando estos dos se pusieron de acuerdo al enamorarme de mi primer chico.

Se llamaba Bryan, era algo más desarrollado para su edad, alto, de piel trigueña y ojos dulces. Me acuerdo yo como me obsesionaba con contemplarlo cuando este no me miraba, su rostro... me encantaba, lo hubiera inmortalizado en un cuadro, cada rasgo, pero sobre todo esos frescos labios... rojos como cereza en flor, listos para cosecharlos. Aunque era muy niño, yo ya sabía lo que era el amor (y su dolor).

Pasó en su fiesta de cumpleaños. Bueno, ya me conocen, desde pequeño que tuve esta atrevida, provocativa, valiente y, como verán pronto, muy estúpida personalidad. Me acuerdo de haber dejado el regalo junto con los demás y como imán, enseguida me había pegado al pequeño Bryan a hablarle. Al tiempo ya había tomado su mano, diciéndole que mi abuela Dona (QDEP) me había enseñado a leer el futuro.

-¿En serio?

-Sip, aquí dice que vivirás muchos años, que serás feliz, y te casarás con alguien cuyo nombre comience con "V" – dije.

-¡Ohh cool! Pero... la única compañera del curso que comienza con V es la fea de la Valeria...

Oh Dios, a esa edad los niños de verdad que no tomaban las indirectas...

Y bueno, me vi obligado a... ir más lejos. Y...

Dios... es que...

...

Vincent y Argel | (VERS. ESPAÑOL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora