dos

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Después de que la maestra me mandara a dirección, el director me sermoneo. No sé ni de que me hablaba me perdí cuando él me dijo Claudio Meyer ya tan pronto en dirección...después de eso ni me pregunten qué me dijo porque no tengo ni la menor idea. Me fui completamente en mis pensamientos, recordando ese beso.
Ambos se acercaron a donde yo estaba sentado. Los miré y les hice un gesto para que se sentaran.

—La hiciste buena esta vez –me acusó Silverio, con una sonrisa mientras me daba una palmada en la espalda y se sentaba a un lado de mí en la mesa.
Estábamos en la cafetería de la Universidad.

—Nunca me enorgullezco de mis impulsos —le contesté encogiéndome de hombros.

—Volviste a caer en dirección y todavía no son las 10 de la mañana —sentenció Reyes.

—Así es —contesté

—¿Y cómo te fue? —preguntó Silverio.

—Creo que el rector y la secretaria están tómandome afecto. Me invitaron un café, unos bocadillos y el rector se fumó un cigarrillo conmigo mientras me decía la importancia de causar buena impresión en esta Universidad, debido a las altas personalidades que aquí se encuentran —rieron con ganas.

—Ya no hayan como llegarte... —dijo Ulises en una carcajada.

—¿Llamaron a tu padre? —preguntó Silverio. Me encogí de hombros.

—No —contesté secamente —El director prefiere tratar esto directamente conmigo... creo que mi padre ya le pidió que no le hablara cada 5 minutos por mis estupideces. De todos modos él no se encuentra en el país.

—Viaje de negocios —dijeron mis amigos al unísono.

—Fiesta —sentencié con seguridad.

—Me agrada como trabaja tu mente —dijo dándome una palmadita en la espalda Silverio.

—Mira quien viene ahí —dijo Ulises con desenfadado y un poco divertido —Parece estar enojada.

'Ay no Antonia, no por favor' pensé. No estoy de humor para ser simpático, y mucho menos con ella. Me volteé con temor y sonreí al ver que era la nueva y echaba chispas por los ojos. Me puse de pie.

—Lo siento —me disculpé cuando estuvo cerca y paro en seco su brusco andar. Estuvo bueno ese beso y no me arrepiento de habérselo dado, pero no estuvo bien besarla sin su permiso.

—¿Te arrepientes?

—No —fui sincero y recibí un puñetazo en la cara de su parte. Esto era extraño, normalmente las chicas dan cachetadas. Me sobe.

—¿Y eso por qué fue? —pregunté haciéndome el inocente.

—¡Por besarme sin antes preguntarme! —me dijo y giró sobre si misma para volver a irse. Yo la tome del brazo y la jalé hacia mí.

—¿Te puedo besar? —le pregunté.

—¡No! —me dijo y jaló su brazo para poder irse.
Entonces la tomé por la cintura y la sujeté con firmeza. La volví a besar mientras forcejeaba conmigo para soltarse. Y la besé de la misma manera que antes, pero esta vez fui más rudo. Todavía me ardía la quijada por su culpa. Hasta que se quedó quieta y dejó caer sus brazos a los costados. Sus ojos color chocolates miraban fijamente los míos, mientras mi boca seguía sobre la de ella. Me aleje despacio y le tapé la boca con mi mano derecha antes de que me gritara.

—Dijiste que te enojaste por qué no te pregunté —me justifiqué con una sonrisa de autosuficiencia —Nunca dijiste que no podía besarte si te negabas.

Los chicos rieron detrás de mí y a ella por un momento se le hicieron agua los ojos. Luego los apretó y volvió a tener esa mirada de decisión que le pude ver hace unos momentos. Vi a donde se dirigían sus ojos y me imaginé lo que estaba maquinando en su mente como contra ataque. La giré para que me diera la espalda, apoyando su espalda sobre mi pecho, para mantener la parte más sensible de mi cuerpo lejos de sus rodillas, pero bastante cerca de su trasero. Sonreí pervertidamente.

peligrosa obsesión; claumilia [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora