[ cuarenta y ocho ]

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- Sé perfectamente en dónde estás metido, y tienes exactamente dos horas para estar en mi casa. Y te quiero solo... deja a tu 'acompañante' en donde se te plazca, pero no vengas con ella. ¿Entendiste? - me dijo.

Me tensé al instante de escuchar su maldita voz. ¿Cómo demonios se había enterado de que yo estaba aquí? ¿Acaso el infeliz estaba siguiéndome o algo por el estilo?

- Mal nacido - musité.

- Y más te vale que me hagas caso o ya verás - dijo y colgó.

Apreté con fuerza el celular que estaba mi mano. Cerré los ojos y traté de estar calmado, pero se me estaba haciendo imposible. Sentí una suave mano apoyarse en mi hombro, me giré a verla, y era ella, Emilia. - ¿Qué sucede? - me preguntó preocupada. Solté un suspiro y acaricie su mejilla.

- Debemos irnos - dije y bajé mi mano para acariciar sus labios.

- ¿Por qué? - dijo confundida.

- No puedo explicártelo ahora, solo sé que debemos irnos, cariño - me acerqué a ella y la besé cortamente.
Volvimos los pasos hacia donde estaban mi madre y Regina. Ambos me miraron con cara de preocupación.

- Lo siento, mamá, pero tenemos que irnos - le dije. Ella se acercó a mí y me acarició el rostro.

- Tu padre, ¿verdad? - susurró por lo bajo. La miré fijo a los ojos.

- Él sabe donde estoy - le contesté. Ella sonrió levemente, se acercó más a mí y me abrazó.

- Él ya no puede hacerme nada, Claudio... que sus tontas amenazas ya no te controlen, cualquier cosa que él te diga es mentira. Perdió control sobre mí hace exactamente un año - me calmó ella y con cuidado la alejé de mí para mirarla a los ojos.

- Entonces ¿ya no... no hay peligro? - preguntó con algo de duda.

- No, ya no hay peligro. Pero sé como es, así que ve... y hazle saber que ya no le tienes miedo, pero por favor no pierdas el control, Claudio, es tu padre - me pidió.
Asentí y besó mi mejilla, para luego alejarse completamente.

- Más tarde, cuando todo esté arreglado voy a llamarte - le dije a mi madre.

- Esperaré ese llamado ansiosamente, hijo - dijo ella.
Los tres nos acompañaron hasta la puerta. Regina no tenía esa sonrisa que tenía cuando llegamos.

- ¿Qué pasa, enana? - le pregunté agachándome hasta quedar a su altura.

- Yo no quiero que se vayan - me dijo sin dejar de mirar al suelo. Levanté su rostro con una mano e hice que me mirara.

- Prometo que nos veremos otra vez. Eres mi hermanita y prometo que voy a cumplir bien mi rol de hermano mayor - le dije. Ella me sonrió y luego miró a Emilia.

- Tú también cumplirás bien tu rol de cuñada ¿verdad? - le dijo. Emilia la miró asombrada.

- ¿Qué es eso de rol de cuñada? - la regañó mi madre - ¿De dónde has sacado eso?

- Lo vi en una telenovela, en casa de la abuela Fiona - se defendió ella. Todos reímos divertidos y salimos fuera de la casa. Caminamos hasta el auto de Emilia y nos giramos a verlos.

- Prometo, mamá, que esto pronto va a acabar - le dije. Ella me sonrió.

- Lo sé, mi amor, cuídense. Adiós, Emilia, y gracias por traerme de nuevo a mi bebé - le dijo. Ésta sonrió.

- Gracias a usted, por haberlo traído al mundo - le dijo ella, entonces la miré algo sorprendido. Ella me miró y al instante se dio cuenta de que eso le salió sin permiso de la boca, se sonrojó de sobremanera y apartó la vista de mí.

peligrosa obsesión; claumilia [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora