[ treinta y seis ]

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Volvimos a entrar y ella se sentó a la mesa sin dejar de sonreírle a Rubio. Él nos miró consecutivamente y sonrió levemente esperando escuchar algo.

- León, mañana vamos al partido con Claudio-le dijo ella. El sonrió.

- ¿De verdad? ¿No te molesta? Emilia, si no quieres ir... podemos ir al cine como habíamos acordado.

-Tranquilo León, vamos a ver el partido. La vamos a pasar bien igual que en el cine -dijo ella y apoyó su mano sobre la de él.
La miré de reojo, ¿Con que ese era su plan, verdad?

- ¿Qué pediste para cenar Rubio? -le pregunté. Él me miró.

-Mmm, bueno pedí algo simple y rico. Pastas -dijo él.

-Lamento decirte León pero Emilia es...

-Vegetariana -me interrumpió él -Lo sé. Por eso para ella pedí una pasta especial, de sémola con una salsa de espinaca.

-Eres tan considerado -le dijo ella.

-Lo mereces -le dijo galante. ¡Ya no iba a poder tolerarlo!

- ¿Y cómo van las cosas en el centro León? -le dije para que pusiera su atención en otro cosa y dejara de mirar a Emilia.

-Por ahora todo marcha sobre ruedas. La semana pasaba tuve una reunión con el rector y el director de la administración. Vamos a hacer un nuevo proyecto basado en mejorar las condiciones de los laboratorios y talleres.

-Si, he escuchado un poco de eso. Todo el mundo está muy conforme con tu mandato -le dije divertido. Él rió.

-Yo no lo llamaría así. Solo soy un alumno más que fue elegido por el resto del alumnado para hacerle llegar sus quejas e ideas a las autoridades -dijo condescendiente.

-No seas modesto -le dijo Emilia, haciendo que ambos la miráramos -Eres un gran presidente... si yo hubiese estado cuando te postulaste te aseguró que te hubiese dado mi voto.

-Serías una excelente asesora de campaña -dijo divertido.

- ¿Lo crees? -preguntó ella.

-Si, eres así como especial para esas cosas -dije metiéndome en su conversación -Te gusta mucho el tema de hablar, de opinar sobre la gente... tienes la palabra fácil.

-Ella tiene ese carácter fuerte y decidió, como todas las mujeres que saben de política y esas cosas -me dijo él. Lo miré.

-Si, principalmente porque miente muy bien -dije divertido.
Sentí como una pequeña mano se apoyaba sobre mi rodilla. Mis ojos se abrieron bien y mi cuerpo dio un pequeño respingo sobre la silla.

- ¿Sabes León? Ayer encontré ese libro del que hablamos el otro día -le dijo ella. Su mano comenzó a acariciar mi rodilla, por debajo de la mesa. ¡Oh diablos, este si era su maldito plan!

- ¿A sí? -dijo él algo sorprendido -¿Has podido leerlo?

-Muy poco -dijo ella sin dejar de mirarlo a él.
Ellos seguían hablando, pero mi cabeza estaba demasiado distraída como para prestarles atención. Tragué saliva. Su mano apretó mi rodilla sutilmente, haciéndome recordar que así también lo había hecho la otra noche.
Entonces mi respiración comenzó a agitarse un poco, cuando sentí como su mano comenzaba a subir un poco más a allá de mi rodilla.
¡Oh si, ella quería enloquecerme!
Justo cuando estaba a la mitad del camino tomé su mano con la mía. Ella abrió bien sus ojos, que no dejaban de mirar a León.

-Y entonces, por eso fue que comencé a enseñarle a leer a los ciegos -habló él.
Al fin había podido lograr concentrarme y escuchar algo de lo que decían. Acomodándome un poco, tomé mejor su mano con la mía. Con cuidado giré su palma hacia arriba, y comencé a acariciarla con mis dedos. Sonreí levemente al ver la expresión que tomaba su cara. Ella sabía lo que significaba eso. Cuando un hombre acaricia la palma de la mano de una mujer, es porque quiere, ansiosamente, irse a una cama con ella.
Lentamente fue retirando su mano de la mía y poniendo ambas manos encima de la mesa, mientras León seguía hablando. Sonreí maliciosamente.
Ella no era la única que podía jugar de esa manera. Distraídamente dejé caer mi servilleta al suelo, justo al lado de ella.

peligrosa obsesión; claumilia [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora