[ treinta y nueve ]

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Ella me miró fijo a los ojos, sin decir absolutamente nada por unos cuantos segundos. Yo estaba por decir algo...

-No, yo no tengo nada que pensar -me dijo -No quiero nada contigo...

- ¡Eres una necia! -le dije nervioso - ¡Ni siquiera porque el chico más sincero y bueno del mundo te lo dice quieres entender!

- ¿Y tú? ¿Acaso lo pensarías? No Claudio, ¡No seas cínico! A la primera falda fácil que pase frente a ti, te irás corriendo detrás de ella.

-Tal vez tengas razón y no haya nada que pensar... teniendo en cuenta lo poco que me conoces para decir una cosa así -le dije algo molesto -Me ofendes.

- ¿Acaso no es así? No me vengas con que te afecta eso ahora, porque no es verdad. Estoy completamente segura que tienes una lista más larga que la de un hospital público de las mujeres con las que has salido -dijo enojada.

- ¡Pero tú no eres una más de ellas! -le dije nervioso.

- ¡¿No, no lo soy?! ¡¿Y que soy entonces?! -me preguntó con el mismo tono que yo utilicé.
La miré fijo, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Pero tampoco exponerme tanto y decir una sarta de idiotez.

-Tú... tú eres lo mejor que he tenido -logré decir luego de un largo rato de silencio.
Entonces vi como sus ojos cambiaban esa forma acusadora, para mostrarme desconcierto y miedo. Ella no quería escuchar eso... no esperaba escuchar eso.

- ¿Otro de tus estúpidos discursos de convencimiento? -preguntó y dio media vuelta para comenzar a caminar -Con Antonia o cualquier otra estúpida puede funcionar Claudio, pero conmigo no -dijo sin dejar de caminar hacia su auto.
¡Diablos, ella era tan testaruda! ¡No quiere entenderlo, no quiere aceptarlo!
Digamos que yo tampoco, ¿verdad? Pero aun así, cuando logro decirle algo que me sale del corazón, no me cree. No quiere creerme.

- ¡No es un discurso! ¡Es una afirmación! -le dije fuerte ya que se estaba subiendo al auto. Prendió marcha y salió rápidamente de allí. Solté un cansado suspiro y me subí a Betty -Tú siempre vas a estar conmigo, ¿verdad Betty? Eres la única mujer en mi vida que nunca me ha pedido nada... y a ti si puedo decirte que te amo Betty.
La prendí y comencé a manejar hacia mi casa. Me puse a pensar un poco en como estuvieron las cosas en general. Y bueno, no todo salió mal. Por lo menos Rubio comprendió que no podía hacer nada con Emilia, pues ella es mía.
¿Es mía? ¿Acaso puedo utilizar ese término?
Si, claro que puedo usarlo. Porque aunque lo niegue, aunque no lo acepte, aunque quiera huir y esconderse, ella sabe que es mía.
Y ahora que León se hizo a un lado, ya puedo estar tranquilo. En realidad no puedo estar muy tranquilo. Porque en cualquier momento puede salir el psicópata de Kevin al ataque y querer hacerle algo a mi Emilia.
Ay Emi, va a ser tan complicado hacerte entender que no eres como las demás. Hasta para mi es complicado de entender. Pero creo que poco a poco me voy dando cuenta de que es así. Pero quizás no lo sea, ¿Y si quizás estoy confundido?
Tal vez lo que me pasa con Emilia es pasajero. Yo no quiero lastimarla, ella no se lo merece. Es una buena chica... es una chica inteligente, hermosa, simpática, dulce. Tiene una mirada que logra dejarte hecho un estupido. Y esa forma tan excitante y al mismo tiempo relajante de besar... que juro que podría estar horas y horas simplemente besándola. Pero ya, ya, ya, ya no voy a seguir pensando en esas cosas. No tienen sentido.
Llegué a casa y cuando entré mi celular comenzó a sonar. Lo tomé y miré la pantalla. Número privado, que extraño. Fruncí el ceño y decidí contestar.

- ¿Hola? -dije al atender. No obtuve ninguna respuesta -Hola, ¿Quién habla? -nadie contesto. Volví a mirar la pantalla, la llamada aun estaba -Emilia, ¿eres tú cariño? ¿No quieres hablarme? -entonces la llamada se cortó. Miré la pantalla y si se había finalizado.
No, esa no había sido Emilia. Ella sería incapaz de llamarme. Pero, ¿Quién pudo ser?
¿Mi padre? No lo creo.
¿Antonia? Puede ser.
Pero de seguro que fue alguna de las locas esas que esta atrás mío y llamó solo para escuchar mi masculina e irresistible voz.
El fin de semana se pasó rápidamente, ya que solo me quedaba por disfrutar el domingo. Ese día me quedé en casa todo el día cocinando con Rose. Y como siempre que ella tenía oportunidad, lograba preguntarme por Emilia. Yo no sé porque será, pero no entiendo porque la quiere tanto. Aunque esa pequeña caja de mentiras es fácil de querer.
Apresuré un poco mi pasó para llegar más rápido al despacho del rector

peligrosa obsesión; claumilia [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora