Todo Dios te conoce aquí

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La espera fue eterna. Nunca nadie le dijo lo estresante que era mear en un palillo para saber si seguiría viviendo con su gato o tendría que comprar una cuna. Se observó al espejo amplio de su baño y se imaginó embarazada... Luego se imaginó un pequeño bebé... Rollizo, pálido... Se imaginó un niño aún más grande, corriendo por la casa... Llamándole mama.
Si estuviera embarazada. ¿Se parecería a Raúl? ¿A ella? ¿Tendría los ojos café de su padre? ¿Su nariz? La boca que tanto la había enamorado, que tantas noches había besado?

Zulema golpeó la puerta, sacudiéndola de su ensueño.

-¡Coño Serena! ¿Qué cojones haces? Venga ya, déjame pasar, quiero ver.

La castaña abrió la puerta. No se animaba a ver la prueba.

-¿Y? ¿Qué dice?

-No lo he visto... Tú mira por favor -dijo tomándose la cabeza nerviosa.

-Vale, yo lo miro. -dijo Zulema, acercándose a la prueba.

***

Se habían conocido en el instituto. Zulema solía estar sola, no tenía muchos amigos y generalmente, los demás la evitaban. Tenía un humor demasiado negro y ácido para caerle bien al resto de los chavales. Serena sin embargo siempre había sido simpática, todos querían estar cerca de ella y salía con el tío más bello de Madrid, bueno, que igual que solo del instituto, pero a la castaña sí le parecía el tío más guapo de Madrid.

Una tarde, detrás de unos casilleros del gimnasio, el tío más guapo de Madrid, había querido pasarse de listo con ella, contra su voluntad... Y a Serena no le apetecía.
Habían forcejeado, pero él la doblaba en fuerza y la joven era demasiado escuálida como para resistir.
Esa tarde, Serena pensó que no importaba cuan fuerte lo golpeara, el adolescente en el calentón del momento, ni siquiera lo sentía. Le había bajado las bragas a la altura de las rodillas, después de todo, era de lo más fácil si usabas una falda como las que solía usar.

Él le había dicho que se relajara, que iba a disfrutarlo. Serena ya no se encontraba ni remotamente cerca del parque de la ciudad del disfrute. Lo golpeó y eso lo cabreó.

-Hijaputa -le dijo, desajustando su pantalón. Ella intentó gritar pero el lo impidió, cubriéndole la boca con una pesada mano.

-Hijoputa tú, ¡tonto del culo! -gritó una voz a su espalda, antes de golpearlo en la cabeza con un libro de tapa dura, que en otro momento le hubiera servido para estudiar citología. Era Zulema, quién había visto todo lo que sucedía -Menudo violador eres, pedazo de mierda.

Serena se acomodó la ropa, levantándose rápidamente. El tío cayó al suelo como un muñeco desplomado.

-¡Vámonos de aquí, venga! -gritó la morena, tomándola de la mano y corriendo lejos de allí. No quería esperar a que el tonto del culo se levantara. Era un tonto del culo sí, pero tenía la mano pesada y estaría cabreado como un toro.

Zulema y Serena corrieron tan rápido como pudieron. El instituto estaba vacío, ya se habían marchado todos, después de todo, ya no había clases... Serena tuvo suerte de que Zulema se encontrara en el club de ciencias.

Una vez fuera, la joven, lagrimeando un poco, observó a su compañera mientras intentaban respirar. La corrida les había agitado.

-Gracias -murmuró la castaña -Gracias de verdad. Soy Serena.

-Lo sé. Todo Dios te conoce por aquí... Venga te acompañaré a tu casa. -dijo comenzando a caminar. -Soy Zulema. Y tú novio un hijo de puta.

Esas fueron las palabras que forjaron la amistad más fuerte de sus vidas. Desde ese momento, nunca dejaron de cubrirse las espaldas hacía ya varios años atrás.

***

-Joder, Zule, ¿qué cojones dice? -preguntó nerviosa la joven. La miró a los ojos, no podía tolerar la tensión de la espera.

Zulema le devolvió la mirada y sacudió la cabeza.

-Qué voy a ser tía, coño. -le sonrió.

Un invierno en Barcelona (Auronplay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora