Los verdaderos colores del amor.

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La bestia, aun en la solitaria cueva de los barcos abandonados, se encontraba de rodillas en el suelo con la respiración agitada, inútilmente trataba de controlar sus destrozadas emociones que deseaban hacerla flaquear más de lo que ya estaba; Hiccup había partido desde horas atrás, y ella aun no era capaz de reconocerlo, se rehusaba a hacerlo, así como también evitaba llorar.

No quería hacerlo, no por orgullo o pena sino porque la última vez que había llorado con el corazón destrozado había sido cuando su cruel padre la golpeó; entristecida, recordó como este le había gritado una y otra vez que no llorara o le pegaría más fuerte. Así que aguantó a duras penas, a pesar de que no era lo mismo, sus entrañas se retorcían por dentro y su corazón dolía. Le resultaba demasiado horrible.

En las afueras, el amanecer estaba por llegar. Al final del túnel de la cueva se podían apreciar los tenues colores amarillos que le daban la bienvenida al nuevo día, y cuando la luz se empezó a filtrar por los diversos huecos que había en el techo, Astrid se vio completamente sola, Hiccup ya no estaba con ella, así como la calidez humana que él emanaba.

Pensar en él, hizo que inevitablemente dejara salir unas lágrimas, así como un doloroso quejido, esa la hizo enfurecer pues no deseaba hacerlo.

—¡No llores! ¡no llores! —se regañó así misma golpeando el suelo, tratando de recordar el motivo por el cual había dejado ir a Hiccup. —¡no lo hagas! ¡se fue! ¡acéptalo! ¡solo acéptalo!

¡ ¡ ¡ ¡ ¡ENTIENDE MALDITA NECIA! ! ! !

Astrid se paralizó, ya que su voz de repente se hizo ronca, tanto que parecía que había hablado entre rugidos, incluso la garganta le ardió y dolió. Se asustó.

De repente otra sensación, empezó a sentir algo dentro de ella, algo que le oprimía desde los músculos de las piernas hasta la cabeza y que luego se concentró en su pecho.

—¿Qué es esto? —se preguntó llevándose las manos al pecho.

En respuesta sintió como si algo la golpeara desde adentro, Astrid desfalleció con tan horrible dolor que bien se podría describir como si alguien, otro ser, la estuviera atravesando con una espada, una y otra vez sin tener algún tipo de contemplación.

—¡Por favor! ya no... ya no quiero sentir. —rogó entre llantos.

De repente el dolor cesó.

La cansada Astrid suspiró con alivio al sentir que había contenido aquello que la quería matar por dentro, pero, el alivió no duró mucho, de repente comenzó a sentir una picazón extraña en uno de sus brazos y ambas piernas, y temió lo peor, temió que todo eso apenas fuera el inicio de un cruel castigo.

No se equivocaba.

La picazón pronto se convirtió en un horrible dolor que se estaba concentrando en su brazo, donde ya no tenía escamas, y ambas piernas, específicamente en las áreas de donde se había arrancado las escamas y cuyas heridas aun eran protegidas por el vendaje que le había hecho Hiccup, pero estas de repente se partieron en dos, cuando precipitadamente salieron unas larga escamas que relucía como un oscuro cuchillo, y después de estas otras similares y después de estas otras.

Astrid gritó con cada escama que salía, sentía como si le estuvieran destazando la piel con cuchillos y se revolcó en la tierra tratando de contener el dolor que era aun peor que los golpes que su padre le había dado.

—¡Por favor ya no!, ¡lo siento! ¡lo siento!... —chilló sintiendo que aquel calvario no tenía fin. —¡No quise enojarme! ya lo acepté, por favor... ya no más... por favor.

El herrero y la bestia (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora