"Cada virtud sólo necesita un hombre; pero la amistad necesita dos."Michel Eyquem de Montaigne
Cuando Hadrien despertó a la mañana siguiente lo hizo desnudo en el suelo con dolor de cabeza y una pesadez generalizada en el cuerpo, como si tuviera una mala resaca.
La boca le sabía a metal sin que la noche anterior hubiera alcohol involucrado.
Algo no había ido bien, pero los recuerdos llegaron a su cabeza como provenientes de mucho tiempo atrás; las memorias del lobo tenían el amarillento tinte de lo anecdótico, como las imágenes que se forman en la mente al escuchar un relato. Aparentaban distancias tan grandes con las del hombre, que parecían provenir de años distintos.
Al levantarse comprobó que sus temores eran reales. Las cosas salieron mal; su casa, o lo que quedaba de ella, estaba destrozada. Muebles y libros, las cosas que tanto le llevó adquirir para tener —al menos en apariencia— un hogar, se hallaban esparcidas por el suelo en pedazos.
El escenario de la destrucción le asustó por la magnitud.
Su Omega —el derecho de posesión reclamado sobre el chico, era un asunto incuestionable para su lobo—, huyó antes de completar el apareamiento y por esa afrenta, el animal exigía sangre. ¡Pudo matar a ese muchacho inocente!
El esfuerzo que le tomó contenerse fue considerable, hasta que escuchó el sonido de la puerta al cerrarse. La rabia consumió lo que quedaba de su resistencia y ya nada evitó que destrozara todo a su alcance hasta que colapsó, no supo cuánto tiempo después.
En el recuento de daños y pérdidas descubrió que ni su chamarra ni su billetera estaban por ningún lado. Al menos, ese chico tuvo el buen juicio de protegerse del frío. Mientras se vestía con lo único que quedó utilizable; su ropa limpia dentro de la secadora, que no hizo pedazos por motivos desconocidos, tuvo el buen ánimo reír de su propia tontería.
Lo menos importante frente a un lobo Alfa enfurecido, sería pasar un poco de frío. Debería agradecer de rodillas que el chico salvó el pellejo, aunque después tuviera un resfriado.
Por un momento, hizo una petición silenciosa, de corazón, a nadie en particular: "Espero que haya llegado seguro a su hogar".
Tomó las llaves de su camioneta de la mesita junto a la puerta, casi la única cosa no destrozada en toda la casa. Hasta la cama estaba partida en dos junto con la cabecera astillada, las sábanas desgarradas en el piso y hojas sueltas del libro por todo el lugar. Antes de salir, se preguntó el porqué de ese detalle.
Tal vez alguna lucidez subyacente a la furia animal lo mantuvo entretenido con la destrucción en la zona más alejada de la puerta, para no salir y perseguir a su Omega.
—¿De qué estoy hablando? —dijo en voz alta, en la soledad de la ruina que la noche antes todavía llamaba hogar—. ¡Yo no tengo ningún Omega!
Impulsivo como siempre, decidió en un momento dejarlo todo y poner tanta distancia como le fuera físicamente posible entre ese muchacho y él.
Si le vaciaba las tarjetas bancarias o lo endeudaba de por vida, se lo merecía.
Sería una justa compensación por el mal rato que le hizo pasar.***
Los siguientes días Hadrien descendió en picada a su propia miseria. Perdió peso por la falta de sueño y de alimento. Al final de la quinta semana, se le notaban las costillas.
La ansiedad de la siguiente luna llena fue tan terrible, que por la tarde, horas antes de que anocheciera, acudió a un bar de mala muerte, propiedad de un viejo lobo llamado Toreo. Ese tipo no era su amigo, ya puestos. Ni amigo de nadie, pero entendía ciertas cosas que son penosas en la vida de un lobo solitario.
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Lobo Perdido Libro I
WerewolfHadrien Stengel fue, alguna vez, el candidato más prometedor para tomar el puesto del Alfa Mayor de la próspera Manada Lennox. En cambio ahora es solo un hombre sin esperanzas. Su vida transcurre, sometido a una soledad cruel, ajena a su naturaleza...