Capítulo 11

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“Cuanto mas difícil es hacer algo, mayor es la recompensa que te espera al final.”

Edward Bloom (Ewan MacGregor)

—Ahora, escuchen los dos. Ustedes son Omegas de nuestra raza y...
—¡Yo no soy nada de nadie! ¿Entendiste? —Sax se levantó y salió del departamento, azotando la puerta, aunque se notaba que no podía caminar bien.

Se quedaron solos, Hadrien y Miden, mirándose a los ojos.

—¿Tú fuiste el cliente que dejó a Sax tan lastimado?

Hadrien inspiró profundo. Evadiendo la mirada hacía el techo del pequeño cuarto en el que los dos chicos vivían. ¿Podía fingir? No podía.
Solo quedaba asumir la verdad.

—Sí. Fui yo. Lo siento mucho. Fue la primera vez para ambos.

—¿Y por qué a mí no me lastimaste así? —Miden no quería sonar celoso. Pero no podía negar que lo estaba. Aunque no podía decir a cuál de los dos celaba.

—Paré. A tiempo.

—¿Por qué? —preguntó, dolido—. ¿Qué hay de diferente entre Sax y yo?

—¡Son diferentes en todo! —Hadrien sonaba sorprendido al decir eso—.  Pero no lo hice... no tiene nada que ver contigo o con él.

—Por favor, explícame.

—Miden —. Hadrien extendió la mano. El chico permitió ser tocado cuando debería rechazar el contacto suave de la palma de Hadrien cubriendo la suya, acariciando apenas. El estremecimiento que los recorrió fue el mismo que ambos ya conocían. Pero si antes las cosas eran complicadas, en ese momento eran prácticamente imposibles. Se miraban con cierto anhelo. No en vano se habían echado de menos.

En alguien tenía que caber la sensatez, por eso Hadrien apartó la mano, dejando tras de sí un rastro de tristeza.

—Nunca había tenido intimidad con un Omega antes de conocerte. Fue como un terremoto, me superó. Tuve miedo. 

—¿De qué?

—¡De todo lo que me hiciste sentir! Y Miden, yo no soy un dechado de virtudes. Por fascinante que seas, no te mereces tener un Alfa tan... mediocre, como yo.

—¿Y Sax sí lo merece?

A Miden no le parecía que el hombre fuera mediocre. Recordaba la manera cómo se contuvo cuando casi se volvió un monstruo. Esa bestia no sería fácil de detener. Además del buen trato que le brindó la única noche que compartieron, tomando en cuenta el tamaño de bruto que era.

—¡No, Miden! Ninguno de ustedes merece nada menos que lo mejor! ¡Son Omegas!  Mantienen la paz y el equilibrio en las manadas y dan vida..

—Manadas... —. Miden, suave en todos los aspectos, usaba un tono colmado de amabilidad—. Lo dices como si fueran animales.

—Somos lobos —susurró.

—Pensé que me habías follado tanto, que el cerebro se me salía por las orejas —rió por la imagen—. Que por eso había alucinado. Te vi, casi transformado en algo inhumano. Y aterrador.

—No cambié del todo, pude controlarme. ¿Qué viste?

—Tus ojos. Cambiaron a amarillo. Tenías más pelo en el cuerpo. Te pusiste grande y tus dedos terminaban en garras.

—Me alegro que hayas escapado.

—¿Podías haberme lastimado?

—¡Destrocé mi casa! Acabé con todas mis cosas. Sí. Pudiste salir herido o algo peor.

Lobo Perdido Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora