Capítulo Final

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Poder decir adiós es crecer.”

Gustavo Cerati

Después de un sueño negro y tan profundo que bien pudo convertirse en el preludio de su muerte, pegajosa y densa, emergió a la conciencia borrosa lentamente.

Mantener los párpados separados por más de un segundo fue una batalla, resistiendo con lo que le quedaba de voluntad el seductor  hundimiento en la nada.

No sabía cuánto tiempo tenía así. No fue su primer intento por abandonar ese dormir pesado, sino que estuvo entrando y saliendo, dándose cuenta apenas de que ya no estaba en esa celda espeluznante, en la que unos lobos desconocidos y aterradores lo encerraron.

Por poco el sueño lo atrapa otra vez, pero se aferró a una voz desconocida. Agradable aunque aguda, como si quien hablaba sintiera una gran molestia.

—No es como si le hubieran dado una pastilla para dormir. ¡Sepa el diablo que hierbas venenosas le dieron! Igual y no se despierta nunca.

—No hables así de los remedios de los sanadores. Ellos son sabios y efectivos.

La respuesta fue de un hombre de voz grave y amable. El otro era joven. Ambos conversaban, pero solo podía prestar atención a trozos de la conversación.

Hablaban de él, eso era seguro.  Algo le hizo beber un sanador de ese lobo de cabello blanco.  El peor efecto era el aturdimiento,  que no le dejaba pensar claramente. No reconocía las voces, pero se escuchaban pacíficas. Y casi estaba seguro, hablaban de él.

—El tío ese, el que parece un toro sentado sobre sus cuartos traseros...

—¿Bull? —Hadrien negó entre risas.

—Sí. Siempre parece enfadado. Debe tener como veintipocos años, ¿no crees?

—No tengo idea.

—Más o menos la edad que tenía Miden cuando se mudó conmigo —El muchacho pareció entristecerse. Y el otro, que supuso era un Alfa, intentó cambiar de tema como si pretendiera distraerlo.

—¿Qué con él?

—Le gusta la bella durmiente —dijo el chico. Intuyó que se refería a él. No sabía quiénes eran esas personas, pero no le gustaba el cariz que la conversación estaba tomando—. Es hasta tierno ver cómo lo cuida.

—Bull es muy fuerte —dijo el Alfa—. Es lógico que responda de esa manera ante un Omega tan indefenso como este.

"Este" obviamente, era él. Mantuvo la respiración tranquila. El miedo que sintió de que los planes que se fraguaban en cuanto a su persona lo condujeran a otro sitio horrible, terminó por despertarlo.

—Creo que estuvo aquí una hora,  mirándolo. Y luego no se quería ir. Andaba como cangrejo, caminando hacia atrás, sin apartar la vista de él. Fue un poco friki, si me permites decirlo.

—Tropezó conmigo al salir. Parecía avergonzado.

—Le dio penita tirar tanta baba sobre un chico inocente y dormido. Es como... enfermo, ¿no crees?

—Lo juzgas con dureza. Muchas noches he estado a tu lado, mirándote dormir. Y sé que tú también haces lo mismo.

—Pero yo soy especial —dijo, con una risita—. Sobre todo, aquí es cosa de dos, los dos queremos. Nadie babea sobre el otro inconsciente, sin un acuerdo previo. Digo que es medio enfermo babearte a alguien que ni siquiera sabe que te lo estás babeando.

Se escuchó al Alfa ponerse de pie y caminar por la habitación, abrir una puerta corrediza, sacar algo pesado. Abrió cajones y siguió moviéndose así.

Lobo Perdido Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora