Capítulo 25

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“Sólo en la agonía de despedirnos somos capaces de comprender la profundidad de nuestro amor.”

George Eliot

—¿Qué diablos haces en ese mueble, por todos los santos?

Sax se sostenía de una viga del techo con una mano y mantenía un trapo embebido de aceite, de olor cítrico, en la otra. Tenía un pie en uno de los niveles medios de un librero, de más de dos metros de alto y apoyaba la rodilla en el penúltimo.

Usaba una de sus camisetas favoritas, una tersa amplitud color gris que para ese momento estaba sucia, llena de manchas de aceite. A pesar del tamaño, la tela no lograba cubrir su crecido vientre, de modo que la llevaba por encima del ombligo.

Sax extendió la más grande sonrisa y una mano hacia Hadrien.

—¡Tío! ¡Qué bien que llegas! Empezaba a pensar cómo bajar de aquí con la cabeza intacta.

Se preparó para saltar, con toda la confianza que tenía en que el lobo grande y malo le atraparía en el aire, desde la cima del librero que aguantaba su muy preñado cuerpo.

Hadrien perdió un latido en el corazón al comprender las intenciones del Omega.

—¡Atrápame! ¿Vale?

—¡Espera!

Pero ya era tarde. Un escozor helado recorrió la columna vertebral del Alfa el instante eterno que duró la caída. Al recibirlo, lo atrajo a su pecho para abrazarlo.

No podía negarlo; era una clase de felicidad que estuviera bien, daba igual si lo único que había hecho era ponerlo a salvo de un simple librero inestable.

Sax se dejó querer. Poco tiempo  le llevó saber que Hadrien, superadas sus resistencias iniciales, era un hombre muy expresivo con sus afectos.

Había que aceptarlo; sus manías sobreprotectoras eran parte de su personalidad. Incluían frecuentes momentos de intimidad, abrazos a la mitad del pasillo, besos dulces y miradas llenas de significado. Y la constante preocupación por su seguridad.

"Pobre", pensaba; "vivir tan estresado debe ser malo para la salud".

Pero muy en el fondo, lo disfrutaba. Trataba de disimular que esas actitudes llenaban vacíos, espacios viejos de su alma abandonados en la oscuridad.

Nunca hubo nadie que diera a Sax esa amorosa protección.
¡Y le daba miedo como el demonio! La inexorable confianza que sentía crecer hacia el gran Alfa, la comodidad que sentía, le asustaban.

A sus miedos les iba mejor vestir de impaciencia. Se quejó, en apenas un par de minutos por el apretujamiento del que estaba siendo objeto. Pero no era el brazo o el músculo, sino el sentimiento el que le hacía difícil llenar el pecho de aire.

La presencia de Hadrien calaba profundo y Sax temía romperse cuando eso, esas olas de calor y emoción lo dejaban aturdido y mareado, cuando Hadrien lo miraba a los ojos o lo sostenía. Cuando sentía que ya no había muros entre ellos dos.

Hadrien soltó su abrazo de inmediato, apenas lo escuchó quejarse. A tiempo, antes de llegar a un punto sin retorno.

Al volver al piso, Sax desvió la mirada y sacudió su camiseta, dándose un momento para recuperar la dignidad y el aplomo.

Aún no soltaba su trapo embebido de aceite.

La camiseta que él estiraba, volvía a descubrir su ombligo apenas la soltaba, cubrir su vientre era una inútil empresa en la que ocupó los necesarios minutos para recuperarse. Lo sabía, podía sentirlo. Estaba muy cerca de confiar por completo.

Lobo Perdido Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora