Capítulo 9

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"El instinto sexual no es nada más que la voluntad absoluta de vivir"
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Arthur Schopenhauer


Estar dentro del cuerpo de un Omega era el mejor paraíso que Hadrien podía imaginar.

No solo era la suavidad.
El calor increíble o la presión perfecta con la que constreñía su cada vez más grande y sensible dureza.

Eso era el marco. La gloriosa experiencia era el torrente de sentimientos en los que Hadrien se estaba ahogando: Paz, al mismo tiempo bienestar a un nivel que no recordaba haber sentido. Plenitud, como si nunca hubiera existido carencia.
La certidumbre de estar vivo, la alegría de saberlo.
La comunión con el joven Omega de mejillas arreboladas y respiración agitada, ojos brillantes y mirada de asombro y placer, que se retorcía bellamente como  respuesta a todas las cosas que las manos y la virilidad hinchada del hombre grande le  hacien sentir.

—¡Siento que me voy a morir! ¡Cuando me corra!

Sax jadeaba y trataba de hablar con los labios pegados al hueco del pecho del tío que estaba más bueno que nadie, que lo sacudía  a ritmo duro y constante. Mucho poder había en esos músculos que Sax disfrutaba ya sin ninguna hipócrita reserva.

—Te prometo que no morirás, pequeño —. Hadrien susurró contra sus labios, de modo que el orgasmo de Sax le alcanzó mientras se besaban, unidos, compenetrados al sur y al norte.

El aroma de su clímax enardeció al gran lobo, que reconocía al incipiente celo de un compañero que su propio aroma de Alfa despertó.

De haberse criado en la manada, el constante aroma de los Alfas hubiera despertado un celo temprano en el chico. Y el Alfa más fuerte en la cercanía hubiera reclamado al muchacho años antes. No existían Omegas solteros una vez que alcanzaban su madurez física.  Las peleas entre Alfas por la posesión de un Omega a veces eran sangrientas.

Aunque no en Lennander, al menos en las últimas generaciones.

Pero tan lejos del efecto de los grandes Alfas de Élite sobre sus hormonas, Sax había permanecido en un estado latente. No tenía necesidad de mostrar su fertilidad ante debiluchos y patéticos seres humanos. Imposible que uno de ellos preñara a un Omega macho. Muy cercano a imposible, que uno preñara a una hembra Omega.

Sax reaccionó con ardiente entrega a todos los  estimulos del gran lobo macho, lo reconoció y aceptó como su Alfa, sin darse cuenta. Se abría para él, listo para gestar a la siguiente generación.

Hadrien sintió casi lo mismo que con el otro chico, con la gran diferencia que en esa ocasión estaba consciente de su debilidad; arrancarse del interior de un Omega a la mitad de un acoplamiento era la cosa más estúpida y salvaje que había hecho. Un tipo de infierno que no pensaba volver a vivir.

Se rindió a su total falta de juicio. De verdad era un inútil, todo a su paso lo arruinaba debido a su falta de control.

Sus pensamientos ruines fueron  cortados de manera abrupta cuando empezó a anudar al muchacho.

—¡Cada vez estás más grande! —Sax se quejó. Tenía los ojos cerrados y las uñas enterradas en la espalda de Hadrien—.  ¡Deja de moverte, por favor!

Hadrien obedeció porque el nudo los fijó en la posición en la que estarían unidos por los siguientes minutos.

No tenía ninguna experiencia personal, no era algo que un lobo solitario hace con frecuencia.

Y no tenía idea de cómo empezar a explicar al chico el lío en el que su completa falta de cuidado los había metido.

—¡Hey, tú! ¡Grandote! —exclamó jadeando Sax. De verdad, cada momento sentía que en hombre dentro de él crecía. Sus gemidos roncos eran adorables, así como la manera en la que se estremecía en sus brazos, con el rostro enterrado en su cuello y susurrando cosas que podrían hacerle aletear el corazón.

Lobo Perdido Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora