Capítulo 30

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"La tristeza es un muro entre dos jardines."

Gibran



Despatarrado sobre la tierra y apoyado en el tronco de un árbol, con los ojos cerrados, Sax descansaba. A ojos del espectador ajeno a los antecedentes, hubiera parecido un chico relajado, disfrutando de la brisa fresca después de una tarde bochornosa.

Un buen rato antes mientras el sol se ocultaba, decidió que ya había tenido suficiente de los que pretendían convertirlo en una cosa subordinada a los usos de los más fuertes, apegada a un silencio abnegado que era incapaz de mantener.

Porque de haber sido esa su personalidad hubiera perecido. Sax estaba seguro de que su supervivencia se debía al hecho de que era justo lo que decidía ser.

No aceptó unirse al ejército o a una academia de ballet, no veía porqué esas personas se sentían con derecho de decidir qué podía y que no podía hacer con su vida. ¿Cómo fue que llegó a ese punto?

En el apacible momento, con el sonido de las aves volviendo a los árboles para pasar la noche, era fácil ver cuáles eran las cosas buenas de sus circunstancias: la comodidad y el cariño. La seguridad. ¡Y el sexo! Un menú de cosas atractivas pero con un alto costo: renunciar a su libertad.

¿Antes hacia mejor uso de ella? Intercambiaba sexo por dinero. Recibía malos tratos. Fue humillado, abusado y violentado. En ocasiones lo trataron como si fuera una basura. Tenía todas las preguntas, pero no las respuestas. Y no le gustaba cuestionarse tanto; terminaba pensando de más. Sin embargo, aunque fuera un tanto deprimente tenía que aceptar los hechos: en un sitio o en otro, parecía haber nacido para complacer a otros sin que sus propios deseos importaran.

¿Tenía sueños? Hubo un tiempo que se atrevió a tenerlos. Deseó estar con gente que se preocupara por él. Una familia.
Ya tenía eso. ¿Quería algo más? Sí, respeto, libertad y qué le preguntaran su opinión.

Por eso arrancó las sábanas de la gran cama y escapó por la ventana, porque en Lennander nunca iba a conseguir esas cosas.

Logró bajar tres niveles por las paredes, sin pensar en su objetivo más allá de alcanzar el suelo. Aprovechando cada columna y ventana, un tramo de tuberías y cualquier superficie capaz de sostener su peso.  Avanzó despacio y con cuidado, llegó en una pieza, asombrado por ello.

Contempló su hazaña desde abajo, sintiéndose enorme. Era justo lo que necesitaba su doblegada autoestima; crecer hasta rozar las nubes. ¡Nadie iba a encerrarlo! ¡Y nadie podía disponer de su libertad!

Excepto uno de sus cachorros, que comenzó a moverse, al parecer a modo de protesta por el ejercicio tan intenso. Era verdad; su corazón aún no se calmaba, su respiración era agitada y sintió un pequeño mareo. El dolor en la espalda fue intenso como si el pequeño, de una diminuta patada, le hubiera sacado algún hueso de su sitio. 

Se mordió los labios con fuerza para no gritar, mientras se inclinaba y un sudor frío le recorría. Pensó en la casa que compartía con el lobo enorme y malo que llegó para robarle el corazón. Y con el hermoso y perfecto Miden. Ambos estaban lejos y Sax los necesitaba como nunca.

La angustia duró tanto como le llevó ascender el pico del dolor. Al remitir lo suficiente como para respirar con normalidad, pensó que si no podía tener a sus amantes, al menos iría a su casa y se envolvería de los pies a la cabeza en la ropa de Hadrien. Se metería entre las sábanas, que no cambió antes de irse y hundiría el rostro en la almohada del Alfa. Hadrien dormía de una forma tan apacible que se antojaba.

Lobo Perdido Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora