Capítulo 34

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“En la amistad y en el amor se es más feliz con la ignorancia que con el saber.”

William Shakespeare


Recargado en el capó de su auto, mirando al fondo de la calle y con el alma todo lo en paz que podía estar, Jaak supervisaba la jornada como cualquier otra noche; los chicos trabajando, el flujo de clientes promedio yendo y viniendo por la calle de Las Rosas.

Todo parecía ir bien hasta que una camioneta lujosa y oscura derrapó en la esquina, seguida de cerca por otra, entró en Las Rosas y aparcó en la acera, a pocos metros de él.

Jaak pensó que podrían ser policías federales cuando la segunda frenó justo detrás, sin que le importara no quedar bien alineada a la acera.

El tipo de vehículo no era inusual. Los chicos de Las Rosas eran solicitados por todas las clases sociales. Desde el que reunía sus humildes monedas para desahogar sus apetitos a modo de lujo, una vez al mes, hasta los que podrían comprarlos de por vida, si quisieran.

Jaak observó a dos tipos gigantes de malas pulgas, que seguramente daban un montón de miedo y que nadie nunca habia visto por la zona, descender de la camioneta y avanzar en su dirección.
"Esos negros  traen su propio asunto conmigo", pensó.

Dobló el diario que tenía en las manos y lo dejó a un lado.

El tiempo que les llevó a los tipos caminar tres metros, lo utilizó para sacarse las gafas de leer, guardarlas en su bolsillo interior del saco, arreglarse la corbata y decirles a sus hombres, con una sola mirada, que mantuvieran la calma.

Esos tipos se veían realmente grandes y no sabía cuales eran sus intenciones.

Sin embargo a Jaak, los tipos malos le daban lo mismo que los demás. Todos mueren; los malos, los súper malos y los peores.

Pero mantener la calma, ayuda a no morir antes de tiempo.

—¿Eres Jaak? —dijo uno de los hombretones de piel oscura y  músculos imposibles, al menos treinta centímetros más alto que Jaak. Él tuvo que alzar la vista, aunque conservó su aplomo característico.

—¿Quién pregunta?

—Mi líder quiere hablar contigo. Ven.

El hombre se hizo a un lado, como si le indicara el camino, pero Jaak no se movió.

—Mejor que tú líder venga conmigo, dado que es él quien quiere hablar. Yo ni siquiera sé quién de quién hablas.

La tensión subió al momento. La respuesta no le gustó a los tipos que parecieron hacerse más grandes. Cosa que no le gustó a sus hombres, que parecieron multiplicarse y armarse. Jaak miró detrás de él. Con la palma de su mano aquietó la respuesta de su gente.

Y enfrentó de nuevo la mirada severa de esos dos tipos peligrosos.

Su propio jefe debería tener unos como esos. Tal vez, si no moría esa noche, debería tratar de reclutarlos.

La ventanilla del asiento del copiloto bajó y asomó una cabeza conocida.

—Jaak. Por favor, ven. No puedo bajar.

Jaak apretó los labios. Ese condenado chico acababa de darles el as a los tipos, porque no podía negarse.
Se acercó a verlo. Estaba bien, no se veía asustado o lastimado y aquello no parecía una extorsión.

—¿Por qué no puedes bajar? ¿Tienes rotas las piernas o algún otro burro te dejo inservible? —dijo, mientras se acercaba a la ventanilla de la camioneta.

Lobo Perdido Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora