Capítulo 8

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"La lujuria merece tratarse con piedad y disculpa cuando se ejerce para aprender a amar".

Dante Alighieri


Llegaron temprano a la cabaña de Hadrien . Y pasaron la tarde limpiando. Más de un mes transcurrió desde aquel inolvidable encuentro y el aroma del Omega persistía en la recámara; dulce, como  perfume de notas florales en una piel joven.

Konrad también lo notó, pero  nada comentó.

En cambio, llamó al taller mecánico en el que Hadrien tenía varada su camioneta. Pagó la estratosférica factura sin rechistar y dio una generosa propina a los empleados que entregaron el vehículo.

Hadrien protestó, pero Konrad no aceptó una palabra al respecto.

—Es tu dinero. Deja de dar tanta importancia al tema.

—Estoy seguro de que no tengo dinero alguno en tu cartera.

—¿Te dije que la casa Lennox administra tus bienes? Soy parte de la casa Lennox, por si no lo sabes. El segundo al mando. Me quedé con los rebaños de ovejas de tu padre. Por supuesto, te las devolveré en cuanto volvamos a casa, si las quieres y si no, te las compraré.

—Pero...

Konrad negó. Colocó ambas manos sobre los hombros de Hadrien para enfatizar sus palabras con un gesto de cariño.

—No te preocupes, hermano.  He cuidado bien de tus intereses porque tenía la esperanza de volver a verte.

Hadrien no pudo objetar. Le dolía el cariño del Alfa de Élite, severo, disciplinado y firme y también un gran tío.
Y necesitaba su camioneta.
La gratitud y la humillación le hicieron bajar la mirada

—Seguramente crees que soy un imbécil obtuso, pero...

—Estoy convencido de que lo eres —dijo. No parecía estar bromeando.

—Pero quiero que sepas que...

—Lo sé, hermano —soltó sus hombros y se alejó, para que Hadrien mantuviera su orgullo—. Ni lo menciones.

Con la casa limpia y algo de comida en el estómago, Konrad se relajó ante el hermoso fuego de la chimenea, con un vaso de buen whisky.

—Ahora, debes ir por ese Omega.

Hadrien ya se temía algo así. Era lógico creer que el Omega confiaría más en él que en cualquier otro Alfa. Al menos en teoría.

—Esperaré a que sea un poco más tarde. Ahora no lo encontraría.

—Bien —Se estiró con pereza—. Apenas lo traigas, nos ponemos en marcha, así que dormiré un poco.

—¿Has pensado que tal vez tenga familia? ¿Qué pasa si no quiere ir?

Konrad lo miró con curiosidad.

—Es un Omega. ¿Por qué no querría ir?

—Es difícil de explicar. Los humanos son distintos y ese  chico no sabe que es un Omega. Es decir, supongamos que no sabe...

—¿Y eso qué importa? Es un Omega, lo sepa o no. Tiene que hacer lo que tú le digas. Para eso eres un Alfa.

—Sí, pero ese chico tiene su vida.

—¿Venderse a repugnantes humanos por que no tiene otra opción, es una vida? —Konrad comenzaba a enojarse. No entendía por qué Hadrien ponía excusas para

—Sí. Los humanos viven como quieren o pueden. No se rigen por el bien de la comunidad, solo atienden a sus propios intereses.

Konrad lo miraba sin entender nada.

Lobo Perdido Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora